Reconocida en el mundo ciclista bonaerense, la experta en bicicletas da cuenta del camino recorrido sobre dos ruedas.
Por Michelle Raposo
Fotos: Gentileza Romina Sanz
Cuando las cosas tienen que ser, y uno lo sabe, nada te puede parar. Lo que no significa que sea un camino fácil. Más o menos así es la historia de Romina Sanz, fundadora Forever Bikes Argentina, marca de bicicletas personalizadas en la que ella diseña sus propios cuadros.
Entre sus modelos más populares se encuentran las de uso híbrido, como las de gravel que se empezaron a vender mucho. Incluso Shimano Argentina le mandó a hacer una, y hay dos dando la vuelta al mundo.
Nacida en el gran Buenos Aires, hija única, pasó mucho tiempo con su abuelo bueno para la mecánica. “Siempre tenía una motito o algo y me ponía a arreglarla con él, siempre me gustó eso”, recuerda Romina.
Su primera bici fue de aro 24, pero lo que más recuerda con detalle es el momento en el que se produjo la magia. “Aprendí con mi papá que me llevaba. Siempre en el pasto, y después en la calle. Yo iba recontenta, él corriendo detrás mío sosteniéndome en el asiento. Y en una miro para atrás y lo vi lejos. Todavía me acuerdo de esa frutilla que me quedó porque me caí. Luego agarraba la bici de mi mamá de 28, y me subía al caño y andaba. En una me costó doblar y choqué contra un árbol. Pero todo fue diversión. Por más que capaz fue doloroso, tuvo como esto de la alegría”.
Por mucho que le gustara mancharse las manos con la mecánica, hace 30-40 años atrás, la idea de una mujer usando herramientas para ganarse la vida no era algo que fuera bien visto. “Y bueno, el peso cultural hizo que yo dejara eso y empezara a hacer ‘cosas de mujeres’”.
Cuenta que pasó por cargos administrativos, fue camarera, vendedora, pero nada la llenaba. Su bicicleta en tanto, invariablemente en un segundo plano, la acompañaba en cada mudanza. “Siempre estuvo ahí, como esperándome, viste, que sea mi momento. Mi momento de autonomía”.
Ese momento de autonomía llegó un poco de porrazo a los 28 años, en que estaba sintiendo el peso de la monotonía, a lo que se sumó una separación. “Cuando entras en ese rumbo existencial que decís ¿qué rumbo tomo? Porque todo lo que estoy haciendo no me va”.
Fue en esa etapa de cuestionamiento e introspección del dolor, que empezó a animarse a salir en la bici y hacer distancias cada vez más largas. “Cuando empecé, la satisfacción de ver que yo podía hacer, no sé, seis kilómetros sola, esa libertad… Me dije, ¡esta es la sensación que yo necesito! Empecé a moverme a todas en bici. Fue como ¡boom!, la bici me explotó el corazón”.
“Porque más encima, en ese momento empecé a hacer meditación, me hice vegana, todo el ser estaba en eso, pero me subía a un colectivo y quería matar a alguien. No había coherencia en todo lo que estaba haciendo. O sea, cuando me subo, me pongo loca, la gente te empuja, el bondi te deja ahí parada con la mano, entonces dije me voy a animar y voy a andar más en bici”.
Sobreviviendo en el mundo de las dos ruedas
Este cambio radical de vida, la pilló también sin trabajo y la única opción que parecía lógica era hacer mensajería. Se postuló a una agencia de motoqueros, que les llamó la atención que llegara una mujer y la enviaron a trabajar a una constructora en Puerto Madero para hacerle toda la mensajería, entre bancos y otros trámites.
La experiencia fue hermosa y frustrante a la vez, cuenta, porque a pesar de tener otros conocimientos, “ponerse ahí, arremangarse, estar en la calle todo el día con la bici me dio humildad de que uno no sabe las vueltas de la vida”.
Tres años estuvo dedicada a la mensajería, donde tuvo que aprender un poco a la fuerza de mecánica. “Se me rompía la bicicleta y tenía que seguir, porque me daban 30 cheques, o sea tenía que ir al banco sí o sí. Ahí me di cuenta de que lo mío era la reparación”.
Esto desbloqueó una nueva habilidad para llegar a su destino actual. “Dije, voy a empezar a comprar bicicletas usadas, así las restauro y las vendo. Yo soy vendedora, o sea, mi vieja me inculcó la venta. Es mucha disciplina, tenés que perder mucho la vergüenza, y ver a la otra persona realmente, no imponerte. Esa es como mi onda”.
El único detalle de este plan, es que cuando volvía a armar las bicicletas, usualmente sobraba una pieza, así que tomó un curso de mecánica. “Éramos pocas mujeres en ese entonces. Había dos mensajeras que nos conocíamos, y en el curso había tres mujeres”.
Ahí se dio cuenta que eso era lo suyo, que la mecánica fluía. Por lo tanto, el próximo paso natural era buscar trabajo en algún taller. Se presentó en varios lugares que no le dieron ni bola, incluso uno se rió en su cara y le dijo que le dejara el currículum a la esposa.
“Ahí fue como…mirá me acuerdo de ese momento. Tenía una frustración, me fui de ahí llorando porque dije ¿qué estoy haciendo?”, cuenta emocionada. “Bueno pero yo soy una mina que le gusta ir contra la marea. Dije voy a seguir porque algo me decía que era por ahí”.
Finalmente encuentra trabajo en un taller, donde se iba después de sus labores como mensajera. “Las pibas empezaron a ver que había una mujer, y empezaron a venir cada vez más clientas. Hasta que un grupo de ciclistas mujeres me dice que necesita que de un curso de parchado”.
“Ni lo pensé. ¿Sabes cuántas mujeres fueron? Setenta mujeres. No entraban todas en el lugar. Yo más encima era la primera vez que hablaba delante de tantas personas. No te voy a mentir, me cagué en las patas, pero la necesidad de empoderamiento, fue como no la podía creer. Yo fluí. Di la charla y de ahí no paré”.
Segundo porrazo
Se desbloquea así una nueva etapa en el camino de Romina, en que hacía varios talleres gratuitos, y más gente llegaba para llevarle sus bicis a ella. Finalmente decide emprender por su cuenta.
“Yo las bicis me las armaba para mí. Porque cuando empecé a mensajear necesitaba de algo más ágil, para hacer los casi 60 kilómetros diarios, que era una bestialidad. Y yo iba a la bicicletería y me decían: para vos tengo la de canastito típica o la de montaña”.
Esto lo empezó a aplicar con más chicas que no estaban contentas ni cómodas con sus bicicletas. Se consiguió un proveedor y empezó a armarlas en su departamento de un ambiente, después de ir a mensajear y pasar al taller.
“Pero mira, ahora me acuerdo y me pone tan contenta, porque la verdad que fue una experiencia increíble”.
Viendo que el negocio iba en alza, el proveedor le propone abrir una tienda de bicicleta juntos. “Yo, sí de una. Yo no lo conocía pero era mi sueño. Bueno, monté Forever Bikes, empezamos a vender con este concepto algo distinto de que vengas a pasártela, aparte que puedes elegir el color que querés. Y pasó con este proveedor que teníamos conceptos distintos. Yo quería hacer una bici muy resistente, él quería hacer una bici muy barata. Entonces, disolución de sociedad, quilombo, me quedé en pelotas otra vez, me quedé en cero y sola. Pero pude. Encontré gente, mi papá, amigos y lo saqué adelante”.
Así llegó una curva de conocimiento donde se comenzó a especializar. “Empecé a animarme a diseñar cuadros. Fui a hacer un curso de cuadrista, hice bike fit con personas de Europa, que me becaron porque les encantó el proyecto de pensar en los ciclistas urbanos. Y hoy en día, más allá de la venta de bicicleta, para mí es un estilo de vida. Para mí ser ciclista me cambió la vida. Escuchá todo lo que te conté, entonces necesito transmitirlo”.
Como un guante
Para Romina la cosa es clara. “¿Qué pasa con la bici a medida? Cuando vos tenés una bici que te gusta, que te incentiva, salís. Yo tengo clientes que no hacían nada, y ahora de repente hacen viajes conmigo, 80 kilómetros. Tampoco digo que llegues ahí, pero que empieces. La bici te da autonomía, esa libertad cuando vos te das cuenta que sos capaz, de moverte, de ser autónomo, te empodera”.
Es el poder de esa personalización lo que Romina quiere legar con Forever Bikes. “Cuando un cliente viene, son 30 minutos con la persona, probando bicicletas, ver el cuerpo, cómo habla, ver al cliente. Porque eso es muy importante, no está tan visto por lo menos acá, y menos en una bicicleta urbana. Para mi es como que me encanta fomentar lo que a mí me cambió la vida”.
“Mi proyecto full es realmente crear una marca de bicicletas con Forever. Con producción más masiva, lograr importar los cuadros que estoy diseñando en distintos materiales, y que esto crezca. Que este concepto de una bici a la carta, una bici para cada persona realmente tome identidad. Mi idea es abrir el mercado y poder venderlas en todos lados. Obvio que sí, hay que soñar grande”.