Por Michelle Raposo
Dos chilenas y dos argentinos pedalearon más de nueve mil kilómetros por varios países con el fin de conocer y armar un documental que desean estrenar por la televisión abierta. Todo esto desde el punto de vista único que dan la tracción humana y las dos ruedas.
Se podría decir que lo que viene ahora es quizás más titánico que recorrer la mitad del continente africano en bicicleta. Porque ¿cómo se puede resumir una experiencia única en la vida en un número determinado de capítulos?
Con esa misma fuerza y corazón con el que pedaleó, la fotógrafa Paulina Díaz -quien recorrió 9.014 kilómetros junto a Renate Barraza y los argentinos, Alejandro Merola y Leandro Eljall- se encuentra en plena etapa de postproducción del documental que busca mostrar lo que fueron esos 360 días de viaje por Sudáfrica, Namibia, Botsuana, Zimbabue, Mozambique, Tanzania, Zanzíbar y Malawi . “Nuestra idea es venderlo a algún canal de televisión abierta y hacer una serie de entre 10 y 12 capítulos que describa el viaje. Hasta ahora nosotros mismos estamos haciendo ese trabajo, medio aprendiendo sobre la marcha”, cuenta Paulina.
Aunque a primeras no todos son documentalistas, Alejandro y Leandro, tienen experiencia grabando un viaje previo de un año hecho por la Araucanía; y Paulina, además ha trabajado con videos. “Es otro desafío para nosotros, pero no nos limita nada. Estamos sobre la marcha haciendo teasers, capítulo piloto, guiones, asesorándonos con personas que conocen más el medio, y nuestra idea es coproducir con una productora. Estamos ahora en etapa de elaboración del proyecto para venderlos a los canales”.
Viajar liviano
No hay mal que por bien no venga, dicen. A cinco días de llegar, y mientras celebraban año nuevo, al grupo les robaron todo el equipo que llevaron para documentar el viaje.
-¿Eso afectó para mejor o para peor?
Nosotros quisimos continuar con el viaje, con una visión súper optimista. No nos derrumbó, pero perdimos todos los equipos. Solo la cámara que llevamos a la fiesta de año nuevo se salvó, pero todo el resto lo perdimos. Computadores, cámaras, discos duros, mi pasaporte, todo.
Pero al final con el tiempo me di cuenta, primero, que íbamos más pesados que lo que el viaje permitía. Si hubiésemos tenido esa cantidad de cámaras y computadores hubiera sido un cacho. Entonces nos sentimos más livianos en cuanto a pesos y cosas. Y en responsabilidad también.
Y lo otro, es que nos unió como equipo, porque nos vimos enfrentados del principio a una situación penca, y vimos al tiro la personalidad de cada uno. Nos apoyamos siempre y nunca pensamos en parar.
Fueron cerca de cuatro meses de preparación entre Paulina y “los niños”, como la fotógrafa llama de cariño a Leandro y Alejandro. Los tres se conocieron por medio de un amigo scout de la infancia, que participó en el viaje previo de los argentinos por la Araucanía y con quien partió inicialmente la idea de visitar África hace cuatro años.
Luego de eso se sumó Renate, la chef del grupo y la integrante con menos experiencia pedaleando. “Justo cuando empezamos el proceso de planificar me puse a pololear con la Renate y le dije, yo me voy. Partimos todos y ella se unió a la mitad del viaje, con su bicicleta, sus alforjas y mega motivada hasta el fin”.
Piernas, corazón y mente: Esto es lo que somos
Una de las particularidades de andar en bicicleta, es que uno no se esconde. Inmediatamente puedes percibir al otro y su humanidad. Fue este medio, y no por ejemplo, un vehículo todoterreno, lo que les permitió entrar más fácil con la gente.
“En África, la bici era nuestra bandera de paz. Porque primero estás súper cercano a la gente. Te ven como alguien muy humano, muy que necesita algo, siempre estábamos cochinos, muertos de sed. Entonces las personas no podían creer la cantidad de kilómetros que estábamos haciendo y nos preguntaban dónde estaba nuestro auto”, cuenta Paulina.
“Primero la bici te acerca al medio ambiente, uno va sintiendo los olores, el paisaje. Y luego a las personas, por eso mismo que no hay ninguna barrera. Y cuando se daban cuenta de nuestro proyecto nos invitaban a sus casas. O sea, pasamos de estar en una choza con una abuelita que no tenía nada, que amó nuestra idea, a una mansión con piezas para cada uno, ducha, baño, porque nos invitaban y nos decían que no nos preocupáramos. Éramos como entre héroes y mendigos todo el rato”.
Otra particularidad de la bicicleta que se suma a este tipo de experiencia es el relajo mental que provoca. “El tema de andar todo el tiempo en bici hizo que nuestro cuerpo y mente se mantuviera muy sano. Todos los días pedaleábamos como seis horas, entonces estábamos mega fitness, pero además teníamos tiempo de reflexión. Si te pasó algo raro en la mañana, después de tres horas arriba de la bici lo entiendes todo. No te deja mucho caldo de cabeza”, recuerda la fotógrafa.
Un continente lejano, del que sabemos poco y nada, y lo que alcanza a llegar, está referido principalmente a las noticias de conflictos bélicos o enfermedades.
Una de las claves para enfrentar este desconocimiento cultural, comenta Paulina, fue ir sin tanta expectativa, abiertos a lo que África tenía para entregar.
“Yo por ejemplo, pensé que me iba a encontrar con un África más musical, y al final se dio solo en algunos países. También había algunos miedos, como en Zimbague, por ejemplo, que había una dictadura. O de pasar de países en conflicto. Que en realidad no es así. Nosotros desde Sudamérica tenemos esa percepción de un África muy peligrosa. Y este viaje nos ayudó a cambiar eso y no opinar tanto hasta que uno ve la realidad”.
Desde otro punto de vista, es imposible para un grupo de cuatro sudamericanos, de tez blanca y cabellos medios rubios pasar desapercibidos. En muchos casos fueron ellos mismos el centro de la novedad y también parte de los prejuicios.
“Fue heavy. Nunca esperé que pasara algo así. En países con mucha densidad poblacional la gente gritaba en sus idiomas ‘blanco, blanco’, y empezaba a llegar todo el pueblo y nosotros íbamos por la carretera y la gente corría a mirar. Son muy curiosos, pero muy amables. Y piensan que por ser blanco tienes plata, así que nos dábamos el tiempo de explicarles que éramos de Chile, nadie sabía lo que era, explicando entre inglés y señas, que no era un país millonario y que Sudamérica no es Estados Unidos”.
Frente a eso, y pensando también en lo que pasa en Chile, una reflexión que hace Paulina es que tiene que haber esta curiosidad por aprender. “Tiene que haber un intercambio. Si te estoy mirando porque eres de color quiero saber de ti, o si tienen una pregunta háganla, pero tiene que existir un intercambio cultural. Yo creo que es un beneficio para la humanidad que todos seamos distintos. Creo que el mensaje es que viva la diversidad y la diferencia y ser amoroso con esa diferencia”.
Junto al color de la piel, también se sumó el factor -más machista- de ver a mujeres viajando. Pero no solo eso, dos mujeres viajando y en una relación. “Por lo menos en cuatro países de los que estuvimos es ilegal ser gay. Pero nunca sentí una discriminación, ni me sentí vulnerable. Y con la Rena tampoco somos unas personas reprimidas. Lo que sí sentí curiosidad todo el rato. Nos dábamos un beso y la gente gritaba. O se acercaban y nos preguntaban. Nos pasó con adolescentes que nos preguntaban cómo era nuestra vida así. Sí nos dijeron es que tuviéramos cuidado porque era ilegal, pero en verdad siendo ciclistas, blancos, sin plata, vegetarianos ya no querían más”.
Después de un año es difícil no extrañar. “Agarré mucho cariño a las personas de allá. Tienen una ingenuidad muy bonita, son simples. Extraño ese modo de vida que se nos contagió a nosotros, muy austero, cercano a la naturaleza”.
“En todos esos momentos en que uno podía decir que la cosa se estaba poniendo peligrosa lo resolvimos de manera muy adulta. Y nos vimos muy apoyados por la generosidad de África misma”, concluye Paulina.