Por Catalina Le-Bert
Fotos: Myriam Salazar
El dibujo que hizo para su primera exposición colectiva fue una pareja besándose sobre una bicicleta. Hoy, además de haber expuesto su obra de manera individual, es una de las ilustradoras más destacadas en nuestro país, autora de numerosos libros infantiles, una obra traducida a 15 idiomas y galardonada con importantísimos premios por sus publicaciones.
Paloma Valdivia dice que siempre gozó dibujando, que, desde chica, era lo que más le gustaba hacer. Años más tarde, motivada por esa pasión, decidió estudiar diseño en la Universidad Católica, pensando, erróneamente, que en esa carrera “iba a dibujar más de lo que la hicieron dibujar”. En esa época, a diferencia de lo que ocurre hoy, no habían estudios formales de ilustración. “La ilustración como tal no existía o había dejado de existir. Antes hubo un montón de grupos de ilustradores, que eran mayores, y que desapareció. No sé si fue por la dictadura, donde se hicieron muy pocos libros ilustrados en Chile”, comenta Paloma. Durante el segundo año de universidad, descubrió a través de un ramo que tomó en la Escuela de Arte, que la ilustración estaba más viva que nunca. “Empecé a buscar otros ilustradores y me encontré con un grupo, que hasta el día de hoy son mis amigos”. Juntos, crearon el colectivo Siete Rayas, uno de los más conocidos y respetados en nuestro país y cuya primera exposición se tituló El Beso. “El primer dibujo que hice para esa exposición fue una bicicleta. Era un beso, una pareja besándose en una bicicleta. Se me ocurrió porque yo andaba mucho en bicicleta. ¿Y sabes? Dibujar bicicleta es una de las cosas más difíciles que hay. O sea, súper bien el manubrio o las ruedas, pero llegar a la parte de cómo se conectan los pedales con la cadena y todo eso, es un lío que todavía no logro resolver. Tengo una técnica, un artilugio de dibujo en esa parte, pero es muy difícil”.
La primera bicicleta de esta ilustradora chilena, con más de 10 años de exitosa carrera y varios premios bajo el brazo, llegó a los 5 años, para su cumpleaños. “La había pedido. Fue tal mi impresión, que hasta recuerdo la ropa con la que estaba vestida y el peinado que tenía. Me acuerdo de estar con un jumper azul marino de cotelé que me hacía mi mamá y unos teléfonos, esos peinados como de Princesa Leia”, explica entre risas. El regalo fue una bicicleta rosada, con una calcomanía de Candy, que fascinaba por ese entonces a cualquier niña. “Tengo la sensación de que siempre me han regalado cosas que me quedan chicas y también de pensar que andar en bicicleta era muy, muy difícil. No porque no pudiera mantener el equilibrio, sino que porque me costaba mucho pedalearla. Claro, es que me quedaba chica. Tenía también esos plásticos de colores que colgaban del manubrio y otra cubierta de plástico que tapaba la cadena”.
¿Cómo recibiste ese regalo?
En esa época no se hacían regalos tan importantes, o creo que se hacían menos regalos en esos tiempos. En mi casa al menos, recuerdo tres regalos: la Bota Matchbox a los 3, después la bicicleta y finalmente la muñeca Tiernecita, que por supuesto, me regalaron cuando ya era más grande que cuando tenías que tenerla. Y son esos regalos que marcan. Entonces yo sé que una bicicleta era un gran esfuerzo para mis papás. La tuve mucho tiempo guardada. La querían regalar y yo por supuesto, no quería. Era hermosa, además rosada. Era súper difícil deshacerse de ella.
Paloma afirma que nunca la dejaban salir sola a ninguna parte, y que, para pasear en bicicleta por el barrio, siempre iba acompañada de una tía abuela. Entonces, las salidas eran lentas, al ritmo de una “viejita” y una niña pedaleando a duras penas. “Igual me sentía súper feliz
y la usé un montón de años. O sea, si ya me quedaba chica a los 5, seguía con ella a los 7. Después me sacaron las rueditas de esa bicicleta y aprendí a andar. Y tenía estos neumáticos que no se pinchan con nada, no sé de qué material habrán sido, pero no recuero jamás haber tenido una bicicleta pinchada”.
¿Con cuánta frecuencia ocupas hoy la bicicleta?
Desde que me cambié de casa, en octubre, la uso todos los días para ir a la oficina. Tengo la ciclovía de Pocuro con Antonio Varas, y llego a la oficina, que está en Metro Manuel Montt. Es demasiado práctico. Me demoro 18 minutos en llegar y es una felicidad completa. A mi me vuelve loca el auto, me carga, lo odio. Antes subía el cerro caminando y ahora me doy cuenta que ese ejercicio me ordena emocionalmente. A ordenarme si estoy con tal problema, si está bien mi vida, si está mal. Pero cuando ando en bicicleta es creativo. Voy pensando en los proyectos, resuelvo ciertos dibujos. No sé con qué tiene que ver, pero para mí, el pedalear y entrar en ese ritmo de pedaleo constante, tiene que ver con resolver ciertas cosas creativas que de otra manera no logro solucionar.
Vivir de la ilustración
Después del primer ramo, Paloma siguió inscribiéndose en cursos dictados por la Escuela de Arte y justamente, en un seminario de ilustración dictado por la profesora Valentina Cruz, escuchó por primera vez sobre la Feria Internacional del Libro Infantil de Bolonia, uno de los eventos más importante del rubro a nivel mundial, y al que acaba de ir como invitada. “Ella había vivido mucho tiempo en Barcelona y llegaba con las diapositivas de la Feria en Italia y mostraba que en Europa la ilustración era un mercado súper desarrollado, y que uno podía dedicarse completamente a ser ilustrador”.
Su primer objetivo tras titularse fue viajar para empaparse de ese universo. Juntó todos sus ahorros y partió a una de las ciudades históricas mejor conservadas del planeta y dueña del segundo casco antiguo medieval más grande de Europa. “Fui a cachar. Ahora que uno vuelve, Chile tiene un stand gigante, voy invitada, y te ayudan. En esa época, era ir, hacer colas y sufrir no más. Era partir de muy abajo, pero igual era alucinante. En Chile no existía casi nada y tu llegabas a esta ciudad donde estaba lleno de ilustradores que andaban con portafolios debajo del brazo y mercados completos que se movían. Empecé a ir lo más seguido que pude, hasta que entendí de a poco como funcionaba. Después me fui a vivir a Barcelona porque quería estudiar profesionalmente ilustración, porque en Chile no lo había hecho. Además, todas las editoriales que me gustaban estaban en Barcelona, y estaba cerca de esta feria”.
Paloma se autodefine como una mujer de ideas fijas. Esa característica la llevó a tomar varios cursos en España, mientras, simultáneamente cursaba el postgrado de Ilustración Creativa en la Escuela de Arte y Diseño Eina. “Lo que yo quería era publicar mis propios libros escritos e ilustrados. También contar historias. En Barcelona había mucha oferta de cosas para estudiar. Entonces me metí a todos los talleres que pude. Por ejemplo, estudié escritura y serigrafía. Entendí que la mejor forma de presentar proyectos no era hacer la cola de los ilustradores, sino que llevar proyectos escritos e ilustrados, en el fondo, proyectos completos. Así vendí mi primer proyecto, el libro Los de arriba y los de abajo, para una editorial que me encantaba, que se llama Kalandraka. Después, todos los años llevaba un proyecto y me los iban publicando en distintas editoriales afines”.
¿Cuál era el tema principal de ese primer libro?
Estando en Barcelona, me di cuenta de que todas las campañas de ayuda social decían “los de arriba ayudemos a los de abajo”. Empecé a pensar que si de algún modo pertenecer a un país que está abajo del mapa tenía que ver con nuestra pobreza o con un estado social menor. Entonces hice un libro infantil que tiene una línea roja y que habla de las diferencias y de las similitudes de los de arriba y los de abajo. El libro también se puede leer al revés. En esa época, año 2009, no se hablaba mucho del tema. Pero hoy es el tema del momento y el libro está traducido a 15 idiomas y lo siguen traduciendo.
¿Cómo plantear un tema actual, contingente, y que a la vez sea entendido por un niño?
Yo creo que esa es la habilidad que tengo. En mis libros en general yo trato de resolver problemas personales o situaciones a las que quisiera darles una respuesta, como el tema de la injusticia social, que tiene que ver un poco con el de dónde eres. Y luego, pasarlo a un modo muy sencillo que es el dibujo. Estoy planteando un problema que es de adultos pero que también es comprensible para un niño. Con un texto muy sencillo y los dibujos que siempre ayudan mucho en eso, se puede lograr. Hay una página que están todos dibujados, los de arriba y los de abajo, en pelota, porque claro, uno se da cuenta de dónde es la otra persona por la moda o por el peinado o lo que sea. Pero realmente, las grandes diferencias que tenemos los humanos de ser de arriba o de abajo, como yo lo planteo, son que mientras en un lado se siembra, al otro se cosecha, que cuando a un lado hace frío, al otro lado hace calor. Y así, haces más poderosa la idea de que somos más iguales que diferentes.
Paloma es autora de numerosos libros infantiles y hace tres años aproximadamente, junto a su socia Mónica Bombal, fundó Ediciones Liebre, una editorial dedicada exclusivamente a libros de primera infancia. “Hoy día existe un mercado gigante de libros para niños. Imagínate que cuando fue la crisis económica en España, que todo cayó, lo único que se mantuvo y siguió creciendo fue el mercado de libros para niños. Uno siempre quiere que los niños lean. Y acá en Chile, eso también está pasando”.
¿Cuál es la importancia de vincular a los niños desde chico con los libros?
Pareciera que el libro más querido es el libro más mordido y más chupado. Eso tiene una razón bien particular, y es que es imposible que un niño quiera el libro o que empiece a leer si se lo pasas recién a los 6 años. Y no solo por el libro, que lo van a reconocer como objeto, sino que, porque se genera un triangulo afectivo entre el niño, la persona que lee y el libro. Entonces el leer tiene que ver con un afecto también, además de la compresión del lenguaje, la sonoridad y la imagen.
¿Qué cosas se saben hoy que quizá antes no se distinguían?
En Bolonia hubo una charla sobre libros de primera infancia y habló un pediatra especializado en este tipo de lectura. Mostró un gráfico de las áreas del cerebro que se iluminan, que se prenden cuando un niño lee o le leen. Y era como esos mapas de ciudades cuando se prenden las luces cuando está oscureciendo. O sea, la lectura conecta neuronas, abre nuevas áreas del cerebro. Por ejemplo, yo ilustré Duerme Negrito, creé un libro infantil inspirada en esa canción, porque era la que a mi me cantaban cuando chica y que yo le canté a mi hijo cuando era guagua. Y como son canciones que después los niños se aprenden y se saben, dan vuelta la página y creen que leen. Justamente, esas primeras canciones que tu escuchaste, que te cantaron o los primeros cuentos que te contaron cuando eras chica, quedan registrados. Eso dijo el pediatra. Permanecen en un lugar tan imborrable de tu cerebro, que si vas a un asilo de ancianos, lo que están cantando esas personas que ya están totalmente desconectadas del mundo, son las canciones de guagua o los cuentos que les contaban cuando ellos eran chicos. O sea, esas primeras luces que se prenden son las últimas que se apagan. ¿Cómo no va a ser importante qué contenido vas a entregar?