Nicolás Celis Valderrama, ciclista e historiador
Tim Krabbé, periodista y novelista holandés, nació en Ámsterdam en 1943. Fue campeón de ajedrez en su adolescencia y corrió como ciclista amateur en casi 150 carreras, cuando ya había cumplido los 29 años. Entre sus hazañas como deportista aficionado, escaló varias veces el Mont Ventoux, que se encuentra en el sureste de Francia; monte conocido como el «gigante de la Provenza». Sus escritos han aparecido en muchos de los principales periódicos de los Países Bajos. Su obra más conocida es La desaparición (Het gouden ei), que fue adaptada dos veces al cine: primero, en Holanda, con un guión escrito por el mismo Krabbé y, posteriormente, como una producción propia de Hollywood. Otras obras traducidas al castellano son La cueva (De grot) y La hija de Kathy (Kathy’s Dochter). Como escritor debutó precisamente con De renner, título original de El Ciclista, en 1978; una novela perteneciente al género que se denomina actualmente autoficción. Tuvieron que pasar algunas décadas para que esta fuese traducida al español. La edición que reseñaremos es la 5.ª edición de la editorial Los libros de Lince del 2015.
El ciclista es el relato en primera persona de una carrera: el Tour del Mont Aigoual del 26 de junio de 1977. Kilómetro a kilómetro relata la cotidianidad de una carrera: sus caídas, la forma de hidratarse, los higos que come cada cierto tramo, los dolores con los que debe lidiar, las escapadas que está dispuesto a hacer, los tipos de sprint que imagina antes de llegar a la meta, las descolgadas que hace en complicidad de otros ciclistas, los rezagados que mira de reojo cada vez que calcula en qué posición va entre los 55 corredores. Este libro se reviste de crónica al narrar cada detalle de los 137 kilómetros de carrera. Es posible acompañar el relato del autor como si se fuese arrojado en velocidad al lado de él. Por ejemplo, a los 10 segundos de comenzar la carrera, Krabbé tuvo que poner el plato más grande que tenía reservado para más adelante. En el kilómetro 33, la carrera se estrecha: gritos, imprecaciones, roces, roturas, olores a sudor. En el kilómetro 54, una curva, una rampa, una caída a una zanja. Kilómetro 65: el autor logra atisbar fugazmente a un corredor encogido contra un poste; mientras lo ve, el mundo se redujo al dolor de sus piernas, pues el viento lo frenaba cada vez que pedaleaba. Kilómetro 100: descolgado del grupo y con la decisión de dar caza a los líderes, llevó su cuerpo al límite, lo que lo hace pensar: “Me metí en este deporte con quince años de retraso”.
Krabbé reconoce que es difícil hacer entender a la gente que él no se metió al ciclismo porque quería adelgazar, porque se horrorizó de cumplir los treinta años, porque se haya desilusionado de la vida de los bares, porque quisiera escribir este libro o por cualquier otra razón, sino únicamente porque quería correr en bicicleta. Ese básico pero trascendental hecho queda plasmado en el relato repleto de detalles que utiliza para describir los últimos 50 metros de la carrera. Al momento de hacer el sprint, Krabbé, sabía que iba a ganar. No tuvo piedad con el alcance de su perseguidor. Sin embargo, a tres pedaleadas de la meta, su contrincante se pone a un centímetro por delante de su rueda delantera. Pero la confianza sigue intacta, siente que ganará, aunque de pronto lo embarga un gran desengaño. Siente que no se merece ganar la carrera, por más que sentía que ya era suya. Es una pena: después de 137 kilómetros y a centímetros de la meta, su cuerpo ya no puede sostener el ritmo del sprint. Sabe que lo comenzó muy pronto; debería haber aguantado más a su competidor. En ese instante, en ese mismo momento que se reprocha por su sprint, ve de reojo que la actitud de su contrincante cambia: ha cambiado un poco la postura encorvada. Es como si ya no estuviera inclinado hacia delante, sino que se endereza lentamente, los brazos estirados, como un paracaidista en caída libre, se yergue del todo y levanta los brazos por encima de la cabeza. El otro es el primero en cruzar la línea de meta y él, el segundo. Solo 10 centímetros por detrás del primer lugar. Se reconoce como el primero de los perdedores. Para el autor, en este libro queda claro que el que se alegra por su ganador lo está denigrando. Ser un buen perdedor es una evasión despreciable, un insulto al espíritu deportivo. A todos los buenos perdedores se les debería prohibir participar en cualquier deporte. Queda también evidente que no busca reflexionar sobre la condición humana o los vínculos deportivos entre ciclistas. Y es porque lo único que el libro intenta hacer es contar el desarrollo de una carrera, sus dramas y alegrías, esfuerzos y desventajas. Una carrera que Krabbé sin duda quería ganar. El libro es de una lectura rápida, tal vez con una “escalada” que se detalla con más profundidad que la del descenso que se acaba demasiado pronto. Aunque parece que los kilómetros de la carrera pasan despacio, está narrado en la justa medida para conocer con todo detalle el interior de un ciclista envuelto en una agonía permanente. Jugando siempre con el flashback como figura literaria, la brillantez de la narración se transmite con intensidad desde el carácter agónico del ciclismo y la belleza del respeto que rinde al sufrimiento físico y al esfuerzo mental que exige una carrera. No deja de ser un homenaje a un deporte único. El ciclista de Tim Krabbé permite descubrir la soledad del corredor de fondo. Que este, en el mejor de los casos, dispone de un gran aliado en su homónimo que pedalea encima de una bicicleta. Y que, al mismo tiempo, comparten la felicidad de los breves y escasos momentos de gloria sobre una bicicleta de ruta.