La empresaria del rubro del calzado, propietaria de Tada Zapatos, tiene una gran fidelidad con las bicicletas: ha tenido solo 4 en 30 años y la última por más de dos décadas. Pero su experiencia inicial no fue la mejor. Terminó estrellada contra un árbol el mismo día que le compraron su segundo ciclo. Hoy es una asidua usuaria, pero con una mirada crítica sobre los diversos actores del espacio público.
Por Patricio Cofré A.
Fotos Myriam Salazar
Recuerda perfectamente su primera bicicleta. Era verde, de manubrio recto y se frenaba con los pies. “Salíamos a andar en Ñuñoa, con la pandilla del barrio, y mi mamá me retaba porque ensuciaba las zapatillas y las gastaba”, cuenta Barbara Cantó, dueña y fundadora de Tada Zapatos, la empresa que se ha ganado un importante lugar en el mercado gracias a sus calzados artesanales.
Pese a que tiene en la memoria cada detalle de la forma de ese primer tesoro, reconoce que los detalles se difuminan debido a su corta edad. Tenía menos de 7 años. Por eso, la segunda, una Aprilia de color blanco con fucsia, fue la que le generó una marca importante y, con ella, comenzaría una fiel relación con cada una de las bicicletas que ha tenido.
Y el impacto que le generó, hasta la fecha no lo olvida. Ni el día de la compra, que fue todo un suceso familiar, ni tampoco el durísimo primer porrazo que se dio apenas unas horas después. Vivía en Viña del Mar y tenía 8 años cuando se trasladaron a Santiago hasta la tradicional calle San Diego en el centro de la capital. Allí la misión era encontrar las nuevas bicicletas para ella y para su hermano dos años menor.
Hoy, cerca de tres décadas después rememora aquella tarde donde le compraron el modelo que les había sugerido uno de los primos de su padre: el modelo de la fábrica italiana conocida por sus motos.
“Fue todo un evento, fue una odisea venir a Santiago, estábamos muy emocionados todos porque la que querían comprarnos no estaba allá”, cuenta. Pero ese mismo día fueron a probar las adquisiciones al barrio de su abuela en la comuna de Vitacura y ahí el aprendizaje fue a punta de costalazos. “Salimos a andar al bandejón central de una calle y no pude controlar la bicicleta. Como yo sabía frenar con los pies y no con las manos se me fue la bicicleta. Mi papá me gritó “¡cuidado con el árbol!” y no lo alcancé a ver y choqué de frente con un tronco tremendo. Me raspé completo un costado de la cara”, relata entre risas.
Después de esa mala experiencia, no ha vuelto a tener accidentes y ha sido una asidua usuaria de las bicicletas. Eso se ha reflejado en una particular fidelidad. Después de las dos primeras, tuvo una en Alemania cuando residió un año y medio y en 1999 le compró a su hermano una joya que hasta el día de hoy mantiene.
Desde entonces, es propietaria de una Trek 800 de la que no se despega dos década después. “Fue una real ganga. Mi hermano necesitaba comprarse algunas cosas, así que quería venderla en 80 mil pesos y yo le ofrecí la mitad porque no tenía más. Él aceptó y hasta hoy se arrepiente porque es un modelo histórico y de gran calidad. Le hago las mantenciones y la cuido mucho”, dice sobre su bicicleta que ya tiene casi tres décadas en la familia.
De sus años de escolar y de estudiante de Bachillerato en Arte en la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso, mantiene el recuerdo de los paseos desde Las Salinas a su casa en Cerro Castillo y desde ese punto al Club de Yates de Recreo. “Era maravilloso ir a la orilla del mar pedaleando”, cuenta.
Luego, en su estadía en Alemania la ocupaba diariamente para trasladarse a su trabajo por 4 o 5 kilómetros, en una localidad cercana a Stuttgart. Allí, se desempeñó como temporera en un campo de agricultura biológica dinámica.
Actualmente, realiza varios trayectos a la semana y paseos con sus hijos. Por su labor, muchas veces debe privilegiar el auto porque carga cajas y materiales de gran volumen, pero cada vez que puede, asegura, se traslada en bicicleta.
“Me gusta ir al Parque Bicentenario, Escrivá de Balaguer o a Los Domínicos o hacer el tramo de Ciclorecreovía hasta Plaza Italia los domingos. Cuando no tengo que trasladar cosas, unas 4 o 5 veces al mes, voy desde la plaza Las Lilas -en Providencia- a las tiendas que tenemos en el Drugstore, Lastarria y del barrio Italia. También la ocupo para hacer trámites”, comenta.
Uno de sus mayores orgullos, es que sus hijos tomaron la pasión por la bicicleta y hoy tienen clases de BMX tres veces a la semana.
Movilidad compleja
Hoy, desde arriba de la cleta y del auto, tiene una mirada amplia, pero crítica sobre lo que ocurre en nuestras calles. “Santiago quiere ser una ciudad amable con la bici, pero no lo es. No se está trabajando de manera articulada para ello. De una comuna a otra no se ponen de acuerdo, no hay una estructura vial constante y con el mismo estándar en el que estén todos de acuerdo. Hay proyectos que no se terminan o que se detienen en pro de la bicicleta que son muy importantes para incentivar su uso”, explica.
Pero bajo su mirada, también existe responsabilidad de los pedaleros. “Hace un par de semanas nos sentamos con mi marido a contar a los usuarios que llevaban casco y luces. De 20, sólo dos contaban con sus implementos. ¿Cómo es posible que no se tomen las medidas de seguridad mínima, ni se fiscalice su uso?”, se pregunta.
Precisamente esos elementos fueron los que salvaran a su hermano de sufrir graves consecuencias en un accidente en Reñaca, cuando, por llevar la chaqueta abierta al viento, la prenda se enredó en un poste y lanzó al joven al mar. “venía atrás y vi todo, fue súper chocante y grave. Lo tuvieron que rescatar con helicóptero, pero gracias a que tenía el casco no sufrió lesiones peores”, recuerda.
También critica a los ciclistas que viajan en contra el tránsito y valora el ejercicio del alcalde de Las Condes, Joaquín Lavín de pintar algunas calles para que los automovilistas sepan la distancia a la que deben ir de los pedaleros en el marco de la Ley de Convivencia Vial.
Empresa en crecimiento
Bárbara cuenta que ingresó a estudiar arte, pero que al poco tiempo se dio cuenta que lo suyo no tenía tanta relación con crear para que su trabajo estuviera en exposición. Su forma de pensar se asemejaba más, asegura, a una diseñadora industrial. Por esa razón, decidió traspasar sus conocimientos en Tada Zapatos, la fábrica de calzados artesanales que se ha ganado un espacio en el mercado nacional.
Pero el crecimiento de la empresa ha salido de nuestras fronteras. Hace tres años que envían productos a Australia y hoy esa cantidad que enviaban ha crecido gracias a la exportación directa que realizan a algunas tiendas.
La idea, no sólo es que se trate de calzado con un componente más sustentable y con un trabajo más delicado, si no que además también relacionados a las formas de transporte que tienen sus clientes.
“Nos hemos preocupado de que nuestros diseños sean funcionales, la idea es que sean muy flexibles, livianos, hechos a mano con materiales nobles y que son citadinos como para ocuparlos en cualquier medio de desplazamiento, entre ellos la bicicleta, ya que cuenta con antideslizante y son muy cómodos para ese modo”, describe.
¿Qué te llevó a emprender con una tienda de zapatos?
-Mi mamá es pintora y por eso quería hacer arte, pero no colgado, no de museología. Quedé media decepcionada me gustaba más el diseño industrial porque me gustaba más el diseño a gran escala. Me interesó el formato del zapato sacar el arte a la calle, ese era mi concepto, nos dimos cuenta de que no habían zapatos de niños con materiales nobles. Eliminamos elementos de las zapatillas para aumentar el nivel de confort y nos acercamos más al concepto del antiguo mocasín blando.
¿Cómo ha sido la evolución de la empresa?
-Comenzamos en 2011, empezamos con ropa a medida, pero luego pasamos al zapato porque es más democrático. O tenías pata grande o pata chica. Trabajo con 14 artesanos para proveer a nuestras 3 tiendas. Ha sido un camino largo, pero me llena un montón y siento que somos valorados.
¿Qué te parece el escenario de la industria con el cierre de fábricas?
-Han cerrado varias, pero no creo que el panorama sea negativo. El caos también significa posibilidades. Se abren otras puertas de que tu producto se valore un poco más, pero la competencia es mayor. Es un escenario complejo, porque también se van cerrando cadenas de proveedores, pero –por ejemplo- se puso a disposición de empresas mas pequeñas máquinas que eran muy complejas de comprar y que les permite acelerar cierta parte del proceso.
¿Qué debería ocurrir con el rubro?
-Me gustaría que a pesar de toda esta crisis, se crearan políticas públicas para proteger el patrimonio y la zapatería lo es. Se están perdiendo estos oficios y hoy son alrededor de 100 las marcas que quedan de zapaterías de autor. Es necesario hacer un esfuerzo para mantener vivo un oficio.