Por Michelle Raposo
Para Bárbara Oettinger no hay mejor forma para transportarse que la bicicleta. La artista egresada de Licenciatura en Artes de la Universidad de Chile y Magíster en Artes de la Universidad Católica se encuentra partiendo sus estudios en el Master of Fine Arts in Integrated Practices en el Pratt Institute de Nueva York.
“Es una ciudad muy increíble, muy grande, muy loca, muy hermosa. Al principio igual fue difícil por el tema del idioma. Yo hablo inglés pero no soy bilingüe entonces como que es muy difícil darte a entender cien por ciento. Y bueno es como aprender a vivir de nuevo, a conocer una ciudad. Es como un trabajo ir a comprar, todo es nuevo y distinto, pero es una experiencia totalmente enriquecedora”, cuenta desde el teléfono.
Parte de esta experiencia enriquecedora tiene que ver con las ruedas. Una relación que partió cuando vivió su infancia en Valdivia. “No lo recuerdo bien, pero creo que tengo que haberle dicho a mis papás que quería una bicicleta y ellos me compraron una para pascua. Era de esas típicas bicicletas de ruedas más chicas como de los 80 y que mi mamá la pintó rosada porque ella es pintora. Y creo que después no quise mucho esa bicicleta, quería algo más de grande y me regalaron una pistera”, rememora Bárbara.
Lo que sí recuerda bien es su primer encuentro cercano con el pavimento. “Era súper chica y me fui a dar vueltas a una plaza y la bicicleta tenía las rueditas de seguridad pero me aburrí de ellas, las saqué, me puse a andar en bicicleta y me saqué la cresta”, relata la artista visual.
A los 17 años y ya de vuelta en Santiago el romance ciclístico continuó, primero con una bici prestada y luego con una propia. “Después cuando entré a la universidad, la primera cosa que hice fue comprarme una bicicleta y para mi fue increíble, porque estudié en la Facultad de Arte de la Chile, y vivía relativamente cerca, como a 20 minutos en bici, hasta que me la robaron. Fue terrible y de ahí conseguí plata y me compré otra. El modelo era como de esas medias playeras y la odiaba un poco, no sé bien por qué me la compré. Pero después que me la robaron me compré una bicicleta antigua preciosa, y la tuve que vender cuando me vine y me dolió demasiado. Tenía un marco antiguo y le fui poniendo piezas nuevas y quedó una especie de híbrido muy choro. Quedó en muy buenas manos, pero igual me dio demasiado pena”, cuenta Bárbara.
La mejor forma de descubrir una ciudad
Así como lo primero que hizo al entrar a la universidad fue comprarse una bicicleta, lo primero que hizo al llegar a la Gran Manzana fue comprarse una cleta. “Sabía que Nueva York era caro, entonces tenía unas lucas ahorradas y sabía que parte de esa plata era para comprarme una bicicleta”, explica.
“Me compré una dentro de mis posibilidades porque hay miles y son carísimas. Pero es bacan, no necesito más. Y estaba un poco nerviosa al principio porque ya había abarcado la ciudad andando en metro, micro y caminando; y abarcarla desde la bicicleta, sin cachar mucho las ciclovías y cómo funciona el sistema… me dije ya que tanto, la fui a comprar y me puse a andar”.
La experiencia ha sido muy grata, “y con el tiempo me he dado cuenta que el sistema de ciclovía va por la calle, bajo ningún punto sobre la vereda y están súper bien conectadas. Y por lo menos en Brooklyn, como que la gente igual te respeta. No todo el mundo, pero hay como un poco más de respeto con la bicicleta”.
Además de disfrutar la ciudad, la bicicleta también ha ayudado a Bárbara con su bolsillo. “El metro acá es carísimo, el pasaje normal en metro sale US$2,75. Y hay una opción que puedes pagar por una semana 30 dólares y puedes usar el metro todo lo que quieras, o por un mes y pagas 100 dólares. Pero en verdad como me gusta pedalear no lo uso mucho”.