Carlos Espinosa “Ciclester” es un creador que mezcla acrobacias de BMX Flatland, con ilusionismo y humor en su obra.
Por Michelle Raposo
Fotos Víctor Rojas
Los que han visto el video de “A la cima”, la canción oficial de Santiago 2023, habrán notado a un ciclista haciendo trucos de BMX sobre los techos de edificios de la ciudad. El hombre en cuestión es “Ciclester”, campeón en BMX flat land que su vida lo ha llevado al mundo de las artes.
Los primeros recuerdos de niño de Carlos fueron de esos triciclos con los pedales en la rueda delantera. Luego ya vienen recuerdos de bicicletas más pequeñas, donde tenía que mantener el equilibrio para ya luego lanzarse. “Una sensación tan increíble, de libertad, de poder entender esta máquina. Muy buenos recuerdos de ese momento”.
Luego, en la época en que las bicicross fueron más populares, a fines de los 80s, uno de estos modelos llegó a sus manos, cambiando para siempre el rumbo de su vida. “Después, con el tiempo, vine a entender que la bicicross tenía que ver con el BMX. Y fue como wow, al principio tenía una cross y no sabía que más adelante me iba a dedicar profesionalmente a ese deporte”.
Más adelante en el tiempo, también tuvo una mountain bike, con la cual tuvo que esperar un poco para alcanzar bien los pedales. “Me acuerdo de un montón de caídas, de rodillas peladas. Y uno va aprendiendo a medida que uno se va cayendo”.
La escuela de la calle
Fue como a los 13 años que Carlos haciendo zapping, se encontró con una transmisión de los X Games. “Daban como unos momentos de BMX Freestyle, y es ahí donde veo esa especialidad donde yo me especialicé que se llama `flat land`, que significa suelo plano”.
Esta forma de BMX, cuenta Carlos, consiste en hacer maniobras de equilibrio en la bicicleta sin rampas ni obstáculos.
“¡Aluciné! ¡Cómo era posible! Había visto rampas, había visto saltos, pero hacer equilibrio sin nada de esto para mi fue algo totalmente sorprendente. Algo que nunca había visto en mi vida, y le decía a mí mamá, yo quiero hacer eso cuando grande”.
Para su cumpleaños número 15, parte de este sueño se hizo realidad, cuando le llegó una BMW Freestyle de regalo, con pedalines y el equipamiento necesario para practicar. El problema, cuenta Carlos, es que no tenía a nadie con quien hacerlo, y no le quedaba más que intentar sacar trucos a puro instinto.
Todo esto cambió con una ida de su mamá al supermercado. “Ella vio a unos chicos que estaban practicando justamente esta modalidad, y se acerca a decirles que tenía un hijo que quería aprender; si era posible que lo pasaran a buscar la próxima vez que estuvieran por ahí, y cuando llegó a la casa yo le decía ¿en serio mamá? ¿Y la misma modalidad? Porque yo pensaba que en Chile no se practicaba”.
Pasa un tiempo, suena el timbre, y eran los que serían los nuevos amigos de Carlos, con los que empieza a entrenar y sacar más trucos en los estacionamientos del supermercado, mientras aprendía también de la mecánica de este tipo de bicicletas, y a escapar de los guardias que los iban a corretear.
“Veo que hacen maniobras sin frenos, y ahí el primer día que llegué a mi casa le saqué los frenos a la bicicleta. Dificultaban un poco las maniobras, pero se veía más fluido”. Con el tiempo también fue haciéndole más modificaciones para que quedara más liviana.
“Como siempre digo, gracias a mi madre, que en paz descanse, le debo mucho a ella. En el sentido que me conectó con estos jóvenes. Porque empecé a entrenar con ellos. Y cabe destacar que mi madre fue pianista en el Conservatorio. Ella estudió muy niña y era maestra de órganos. Y por ahí yo vengo sacando todo mi lado artístico. Yo creo que tengo el efecto Mozart, porque me ponía música clásica para irme a dormir y me hacía imaginar cosas. Por parte de mi padre, él es un inventor, mecánico, sabe de construcción, de mecánica de autos y de bicicleta, soldadura. Y en su taller me fue ayudando con la bicicleta, cómo modificarla y hacerle los ajustes para facilitarme la ejecución de las maniobras. También a arreglarla. Le agradezco mucho a mi familia que me ayudó en este aspecto, me veo reflejado en ella. Tengo mi área artística y todo lo que es mecánica y fierros”.
Todo este entrenamiento diario, más el apoyo de su familia, llevó a Carlos a participar con éxito de distintas competencias en la especialidad. “El arte del flat land, a diferencia del BMX de calle o rampa, está en el estilo libre. La esencia es hacer lo que yo quiera con la bicicleta. Lo que más se evalúa es la originalidad del truco. No es tanto el salto a 12 metros de altura. Estamos creando con la bicicleta en el suelo y las distintas posibilidades que hay con la rueda de adelante y de atrás, con el giro, los ángulos, y uno le va dando su propio estilo, y eso también me dio la satisfacción de poder expresarme a través de la bicicleta”.
Partió en los campeonatos nacionales como novato, luego experto, hasta pasar a la categoría profesional. Luego en el extranjero también compitió, incluso coronándose como campeón sudamericano, y logrando podios en lugares como China y Singapur.
Encontrando sentido a la vida
Once años estuvo compitiendo de manera profesional, pero ese mismo ambiente que una vez le trajo alegría, ya no lo hacía tanto. “Mi camino personal me llevó a entender la competición, pero desde otro enfoque. Me di cuenta que generaba más divisiones, y yo quería hacerme amigo de mis competidores. Pero en la competencia, la filosofía es ¿por qué te voy a compartir mis trucos?. Con las generaciones más grandes me pasó en algún momento que iba a entrenar a lugares nuevos y los mismos chiquillos me echaban, que iba a robar trucos. Entonces era un poco la concepción antigua del exceso de competitividad. Eso generó también que seamos muy pocos los que hacemos flat land en Chile”.
Por el contrario la visión de Carlos es mucho más personal. “Competencia es competir conmigo mismo. Con ese que dice ‘ya no puedo más’. Competir con ese yo interno y trascenderlo y darte cuenta que sí podías y de esas voces que decían que no ibas a lograrlo ¿me entiendes? Para mí la verdadera competencia, es ser competente y no competitivo”.
Parte de esta perspectiva viene también de haber estudiado ingeniería ambiental, que lo hizo ver nuevas problemáticas, no solo ambientales, también sociales. “Uno tiene que darse cuenta que todos somos parte de una comunidad, y que todos podemos ganar y ser originales y diferentes”.
Con esa idea en mente, fue alejándose de la competición para contribuir con lo que realmente lo mueve, que es dejar un mensaje para que las nuevas generaciones se inspiren. “Y es así como me di cuenta que en la puesta en escena o en la exhibición deportiva que realizaba podía dejar un mensaje claro, que con mis trucos era muy fácil despertar la atención de los niños, de los jóvenes, la curiosidad por tener algo increíble en una rueda que está girando. Y es el mejor momento para poder impulsar un valor, un mensaje, que les deje una enseñanza. Cuando logras despertar la curiosidad en los niños, es el mejor momento para enseñar, y me di cuenta de que tengo una gran responsabilidad”.
“Integrando todas estas áreas de mi vida, le encontré un sentido a mi vida, por esto construí lo que hago, porque puede conectarse perfectamente a la bicicleta que es un elemento de sustentabilidad, nos permite la libertad, un beneficio para la salud propia, para salud medioambiental”.
Desde ahí Carlos creó un programa educativo, con la bicicleta, los componentes, para hacer talleres de BMX conectados a la cultura de la bicicleta y todo lo conlleva, el tema del medioambiente, el fomento a la salud y a la reparación, como una forma de sustentarse.
La magia del circo
Como suele pasar en este país, por muchas ganas que uno tenga de hacer un aporte a la sociedad, no siempre tiene la misma retribución económica. “En los campeonatos me iba bien, pero lo más que agarraba eran zapatillas, pero con eso no puedo comer. Me salían eventos, pero una exhibición una vez al mes o cada dos meses. Viendo a un monociclista en el semáforo, dije ¿por qué no? y ahí encontré un sustento. Y así mismo, el mismo semáforo fue lo que me abrió la puerta a cosas más grandes”.
Fue en esas vueltas de la vida que conoció a un canadiense que vino a hacer un show de exhibición en el Paris Parade de 2011, con el que hicieron muy buenas migas. Compartieron trucos, y se daban consejos para seguir evolucionando, cada uno con sus estilos. Tanto así, que al canadiense le dieron ganas de quedarse, y para solventar sus gastos, Carlos le enseñó cómo hacer su arte en los semáforos.
Con la amistad que se formó, el canadiense se movió para que Carlos lo pudiera reemplazar en su antigua pega en un parque de diversiones en China. Cuento corto, lo aceptaron, y Carlos se fue a trabajar al gigante asiático con contrato, sueldo, alojamiento y comida, para hacer shows de exhibición en un skate park junto a otros tipos de disciplinas.
“Para mi fue una gran experiencia de vida, conocí a gente de todo el mundo, artistas de Rusia, Ucrania, Uganda. Todo eso fue expandiendo mi conciencia, de que también se puede vivir de esto. Me fui dando cuenta, que con el lenguaje del cuerpo y el movimiento podía dejar un mensaje”.
Luego de China, volvió a Chile a hacer clases, talleres. También pasó por Brasil donde lo acogió una compañía de danza contemporánea. “Esa fue como mi primera escuela de artes escénicas ya más dura, más concreta. El director me hacía ejercicios de contarle mi historia, pero sin decir una palabra y hay que empezar a moverse para poder contar historias”.
Una vez más las vueltas de la vida lo hacen regresar al país, y un productor de Talento Chileno -programa donde fue a concursar- le propone ir a trabajar en el circo de Ruperto por una temporada. “Ahí empezó mi mundo en el circo, mi escuela. Aprendí muchísimo de mis compañeros de trabajo para ir armando mi número”.
Otra cosa que siempre le gustó a Carlos, fue hacer magia con cartas y monedas. “Hay una baraja de cartas que es muy popular en el mundo del póker y la magia, y la sincronización de la vida, se llama BICYCLE, y tiene un Joker en bicicleta. Entonces de ahí, trabajando en el mundo del circo, integrando esta faceta empecé a hacer magia, pero con mi bicicleta. Voy a intentar aplicar los mismos efectos”.
Tocando puertas llegó a la escuela Enjoy the Magic donde le ayudaron con los trucos de magia, utilizando las piezas de la bici como símbolos.
Con toda esa mezcla de saberes y experiencias “empecé a armar este personaje con efectos de magia a lo que ya estaba haciendo, con el objetivo de dejar un mensaje. Y así con el tiempo volví a esta gira con el circo, armé otras propuestas en escena con otros artistas”.
Así nació Ciclester, “un personaje mecánico, científico loco, inventor. Por eso está lleno de grasa y lleno de artilugios de la misma bicicleta. El mensaje tiene que ver también con la reutilización y con la basura, de forma que podamos crear accesorios. Está también el tema de la resiliencia, y no darse por vencido ante las adversidades. Buscar en los problemas grandes oportunidades. Ese un poco el mensaje de mi obra. Integrando siempre todas estas áreas de mi vida, para dar un mensaje elevado a las futuras generaciones y de ir integrando el área artística con investigar los elementos de la bicicleta para crear algo único”.