Por Peter Loch, fundador de Fundación Wazú y usuario de WTW Santiago Cycling.
Nací el 86. Cuando ya tenía catorce, un amigo me invitó a dar un paseo en bicicleta. Era sábado, el verano se había ido y abril parecía un buen mes para pedalear. Nos juntamos cerca del colegio en que estudiábamos, aparte de la amistad, compartíamos clases. Comenzamos a pedalear, subiendo por Quilín, subida suave, árboles, lindo paisaje, muchas menos casas y autos de los que hoy hay.
Los cinco íbamos por la calle, libres como cualquiera a esa edad. Desde pequeño me gustó la velocidad, y eso me regalaba mi bicicleta, el viento en la cara, la recompensa del cansancio era ir primero en el grupo, pero esa vez no me duró mucho. Íbamos por Consistorial, se estaban haciendo unos arreglos y había montículos de tierra, yo los vi no más que un lomo de toro. Me equivoqué, sumado a la velocidad, volé, pero no con intención, no fue un salto de libertad, mucho menos al caer. De espalda mirando al cielo, líquido caliente recorría la parte posterior de mi cabeza. Mis amigos me rodeaban, mi cuerpo se volvió muy pesado, y como dicen que cuando te pegas fuerte en la cabeza no hay que pararse, ni siquiera intente moverme. Uno de ellos lloraba, eso no era buena señal.
A los pocos minutos llegó una pareja de bomberos que vivían por el sector. Con su experiencia me inmovilizaron, yo seguía ahí sin ni siquiera intentar moverme, no sospechaba nada, solo estaba ahí. Largos minutos, llegó la ambulancia, mi primer viaje en una, ese día fue un tour; la posta cercana, hospital uno, hospital dos, tal vez un tercero, en uno había un niño con cáncer del Calvo Mackenna preguntó cuánto tiempo me quedaría, mi madre siempre lo recuerda. Mi destino final, el Hospital del Trabajador. Seguía mirando el cielo, ahora blanco y el sol se convirtió en tubos fluorescentes. En el tercer día de la UCI me llevan a dar otro paseo, esta vez a un pabellón, operación de cincos horas, ya en la habitación, los médicos dan las noticias, tetraplejía.
En fácil, tetraplejía es andar en una silla de ruedas, no mover piernas, no tener control de tronco, no mover los dedos, en mi caso, tengo 10% de movilidad de mi cuerpo. Con ese porcentaje, no hay opciones uno cree. Por suerte no es así, si bien hay muchos límites, también muchas oportunidades, las que dependen por una parte de cómo tomes esta nueva vida y te arriesgues, y por otro lado, lamentablemente, está el dinero, es impresionante las posibilidades que hay cuando se tiene recursos.
En los primeros meses seguía lo que se me indicaba desde los terapeutas y kinesiólogos, no tenía objetivos. Había una resignación, unos podrán decir que es ser negativo, yo digo que realista, por los antecedentes que tenía. Hasta que llegó un nuevo kinesiólogo, suizo, otra visión de la discapacidad, conociendo a la perfección los límites y posibilidades. Andreas me abrió los ojos cuando me habló de manejar –aunque no es lo más correcto hablar de autos con ciclistas jaja-, era mi sueño, que pensé que nunca iba a lograr, años de pesas, pesas, ejercicios, pesas, ejercicios, dieron resultado, logré manejar y ya llevo más de diez años manejando, lo que me da una inmensa felicidad.
Diez años después de vivir en una silla de ruedas nace Fundación Wazú, que desde mis experiencias, vivencias y la necesidad de un espacio, viene a dar oportunidades a personas en situación de discapacidad, para que así puedan intercambiar ideas, realidades y encontrar un empleo. Hoy gracias a la Ley 21.015 las empresas que tengan sobre cien trabajadores deberán dar cumplimiento de esta, contratando al 1% de sus trabajadores en situación de discapacidad.
Otra forma de pedalear
Ahora lo que nos convoca, para responder la pregunta de ¿qué nos va hablar de bicicletas alguien que hace más de dieciséis años no se sube a una? Y es verdad, la última vez fue cuando me caí. Pero ya hace unos tres años, gracias a Internet conocí las “handbike” los precios bastante desalentadores, hasta que llegué al sitio www.trum.cl empresa de alguien con una silla de ruedas como yo, se dedica a fabricar bicicletas para personas en situación de discapacidad. Vi fotos, videos y me convencí, escribí y compré. Recuerdo las cajas en que llegó, la primera vez que la probé y fue casi imposible de usar, un nuevo desafío.
Con amigos empezamos a ver cómo hacer para que me fuese más fácil avanzar. Se hicieron mejoras, pero quería más, necesitaba más y la conclusión fue, engancharme a una bicicleta. Empezamos con una cuerda, tenía muchas falencias, para frenar y también se enredaba en las ruedas. La solución, que hasta hoy uso, fue una “lanza”.
Gracias a este fierro hecho con un taladro prestado y una visita exprés al Sodimac, hoy disfruto de la misma forma, no, me equivoco, hoy disfruto mucho más pedalear, esta vez la tricicleta, con los pedales las manos, las piernas que descansan eternamente. Si bien no me da la libertad que un día tuve, me entrega otra arista, la amistad, la colaboración. Caminando nunca subí el San Cristóbal, con la tricicleta ya lo he hecho más de tres veces, no solo claro, sí con amigos.
Hay un refrán africano que me encanta y resume lo que para mí es andar en bicicleta, “Solo se va más rápido, juntos vamos más lejos”.
Más información sobre Wheel the World y Fundación Wazú en los siguientes links:
https://gowheeltheworld.com/a/l/es/products/santiago-cycling-chile