Por Daniela Suau Contreras
Integrante del colectivo Punt 6, una cooperativa de arquitectas, sociólogas y urbanistas de diversas procedencias que comenzó en 2005 y cuenta con experiencia local, estatal e internacional, en el podcast de mayo de Pedalea quisimos conversar con Sara Ortiz Escalante sobre el urbanismo feminista.
Nuestra entrevistada vive en Barcelona, es socióloga y urbanista, y tiene una interesante mirada sobre la equidad de género en el uso del espacio urbano y los equipamientos. A continuación una selección de los temas más relevantes que conversamos con ella.
¿Qué es el urbanismo feminista?
-Yo siempre digo, como una frase mágica, que es algo tan simple pero tan radical como poner la vida de las personas en el centro de las decisiones urbanas, cómo se construyen y transforman nuestras ciudades, nuestros pueblos, nuestros territorios, lo que dice relación con cambiar de prioridades. Vivimos en ciudades, en territorios tanto urbanos como rurales, donde la prioridad para la planificación y la transformación, es el aspecto productivo, consumista y mercantilista de la ciudad, todo aquello que tiene que ver con el trabajo remunerado y desde una perspectiva muy capitalista, la acumulación de capital y el máximo beneficio.
Y este tipo de modelo de ciudades se ha ido replicando como modelos estandarizados en todo el mundo, aunque los contextos sean muy diferentes, haciendo que se reproduzcan desigualdades muy fuertes, no sólo económicas y sociales, sino de género. Entonces, lo que hace el urbanismo feminista delante de esta visión depredadora de la ciudad, es cambiar el orden de prioridades y poner la vida cotidiana de las personas en el centro, porque es importante visibilizar y transformar territorios, barrios y ciudades, pensando en cuáles son las necesidades de la vida cotidiana de las personas y cómo poder responder a ellas.
Necesidades que no sólo tienen que ver con moverse para ir al trabajo, dónde vivir en relación a tu trabajo, sino también con la esfera reproductiva, porque si no reproducimos vida el mundo se acaba. Y esa esfera tiene que ver con las tareas domésticas, con las compras, con el cuidado de niñas y niños, personas dependientes, con hacer la comida, con esas cosas tan cotidianas que muchas veces en esta sociedad capitalista y patriarcal se han desvalorizado e invisibilizado y además continúan estando a cargo de las mujeres.
El urbanismo feminista también plantea dar visibilidad a este tipo de responsabilidad, para planificar territorios que den mayor servicio a la reproducción de la vida y al cuidado de las personas, por lo tanto, a una ciudad cuidadora. Pero sin replicar que las mujeres continuemos siendo las responsables de ese trabajo, sino rompiendo dicotomías de lo público y lo privado, para que también las actividades domésticas y de cuidado salgan de la esfera privada, la esfera del hogar y pasen a ser una responsabilidad social, pública compartida por todas y todos.
Otro pilar también es reconocer que las mujeres hemos estado excluidas históricamente, invisibilizadas en todo lo que tiene que ver con la construcción de barrios, la construcción de ciudad. Se ha visto al urbanismo como una ciencia de expertos, de especialistas, en manos sobre todo de hombres y de arquitectos famosos, pero el urbanismo es mucho más que eso. El urbanismo feminista propone desjerarquizar y despatriarcalizar el urbanismo, en el sentido de que no sólo son las personas técnicas las expertas en territorio, sino las personas que lo habitan, que lo viven en su día a día, que son precisamente quienes lo caminan, quienes más saben cuáles son las necesidades, cómo se comporta un barrio o una ciudad, los tipos de movilidad que usamos, en especial, las mujeres, que hemos sido las más excluidas.
Tocando ese último punto, ¿cómo el urbanismo feminista podría responder a una ciudad más segura, más justa y más cómoda para las mujeres?
-Nosotras consideramos que para que un espacio se perciba como seguro, tiene que ser señalizado y eso tiene que ver con el principio de saber dónde estás y a dónde vas, para poder tomar decisiones de qué rutas tomar. Por ejemplo, tiene que ser equipado con bancos para la espera y para sentarse, si en una plaza no hay bancos donde socializar, lugares que puedan ser ocupados por gente mayor, por niños y niñas, por jóvenes, no hay iluminación contínua, no hay lavabos públicos que se sientan seguros, estén equipados y limpios, pues esos espacios no se van a utilizar, porque no van a dar respuesta a la vida cotidiana. Los espacios vacíos, sin vitalidad, también pueden ser espacios donde la percepción de inseguridad y las violencias se pueden dar.
Un entorno seguro es un espacio vital que tiene diversidad de actividades, de personas y a diferentes horas del día, de la noche y en convivencia, que es lo más difícil: crear espacios que no estén monopolizados por un sector de la población. Porque sí, la ciudad está llena de espacios que son masculinizados y sabemos que estos espacios se sienten más inseguros, se dan muchas violencias y acoso.
En relación con esto, cuando hay un espacio vital y diversidad de personas, también es un espacio cuidado de manera informalmente, entendemos la vigilancia tal como la definía Jane Jacobs, la capacidad de cuidar de la comunidad, de dotar de ojos a la calle y de ojos que pueden dar apoyo, que pueden servir de ayuda en caso de que alguien lo necesite por cualquier situación.
Cuando hablamos de visibilidad, uno de los temas más recurrentes es la física, como incrementar la iluminación que es necesaria sobre todo para quienes van a pie, en bicicleta o en lugares con transporte público, que son lugares de movilidad para las mujeres. Las carreteras donde van los motorizados ya tienen la iluminación de los coches, pero muchas veces vivimos en territorios donde la iluminación se ha puesto en relación a los coches y no en relación a las personas que se mueven. También hay otros tipos de visibilidad física, como los altos de la vegetación, si hay muros, rincones y cómo solucionamos que haya espacios donde tu puedas ver y ser vista.
Justamente, la precisión que te quería hacer es que llama la atención este olvido de la mujer, de otros integrantes y habitantes de la ciudad, la experiencia de usuario que pareciera ser bastante lógica, ¿en qué momento se nos olvida esta perspectiva de integrar a todos los usuarios?
-Nosotras criticamos diversos paradigmas, porque no tienen en cuenta la participación, porque están planificando y haciendo ciudades desde fuera y de lejos, desde el ordenador, desde la pantalla, desde un plano y muy pocas veces caminando el territorio. También criticamos a Jan Gehl, porque sí, él aporta métodos de observación para contar personas pero no deja de reproducir ese método en territorios que son totalmente diferentes y que, además, en esas observaciones se deja de lado muchas diversidades. Cuando la observación se hace desde quién observa y la persona que es observada no puede identificarse y no puede hablar.
Se ha planificado desde lejos, desde esa visión que es el arquitecto, el urbanista, el que sabe y el que no necesita hacer una interacción con las personas usuarias de ese entorno, porque ellos son los que van a hacer esta obra suprema que va a arreglar el problema. Es un poco lo que también se ha venido replicando en muchas escuelas de Arquitectura y de Urbanismo.
¿Qué piensas respecto a las mujeres en el poder? Estamos en una situación de crisis sanitaria, de pandemia a nivel global y mucho se ha hablado de que las mujeres lideran mejor este tipo de situaciones cuando se encuentran en el poder.
-Es evidente y esta crisis actual nos lo está demostrando, que es imprescindible e incomprensible que en pleno siglo XXI no haya más mujeres presidentas de países en el mundo y más mujeres líderes en todos los niveles. Tenemos un problema como sociedad, una sociedad totalmente machista y misógina que salva a hombres que son totalmente agresivos, los mantiene en el poder y sigue sin valorar el liderazgo de muchas mujeres.
El otro día leía un análisis de un periodista, sobre por qué en los países donde lidera una mujer están teniendo un mejor abordaje de la situación actual. Al final él hacía un símil un poco biologicista y yo no caería en este análisis existencialista y biologicista de que las mujeres tenemos capacidad de liderazgo por un tema genético o biológico, no lo creo así, pero es verdad que hay muchas cosas que en el proceso de socialización de la sociedad, que tiene sesgos machistas, racistas y clasistas, también intervienen en cómo las mujeres y los hombres hacemos el liderazgo de manera diferente y otras cosas que atraviesan la vida.
Más allá de lo biologicista que estoy de acuerdo contigo, sí hay algo cierto que tiene que ver con que las mujeres tenemos un sentido del cuidado más allá de la casa, más allá de la esfera íntima, una noción de lo que valen las cosas, los detalles cotidianos.
-Exactamente, totalmente de acuerdo y tiene que ver mucho con esto de poner la vida en el centro. Cuando continuamos en una sociedad donde se nos han asignado todos los roles de cuidado y de la reproducción, por el hecho de tener la potencialidad de ser madres, eso cambia mucho la perspectiva del cuidado. Se nos ha asignado el rol de cuidadoras, hay dos veces más mujeres cuidadoras en el mundo que hombres, creo que somos el 70% u 80%, entonces, por supuesto que tenemos mejor conocimiento. Y también, cuando se llama a la participación a las mujeres para trabajar en algún tema, nunca hablan de los problemas que las afectan solo a ellas en este rol de cuidadoras que nos han asignado y no solo de nuestros hijos, sino cuidadoras del mundo, de sus padres, de sus ascendientes y de su comunidad, hace que tengamos mucho conocimiento de las problemáticas de muchos grupos de población o que seamos más cuidadosas y estemos más alertas de cuales son las necesidades diversas que se requieren en un territorio, en un país, en un barrio.
Son cosas que se han trasladado en un proceso de socialización que efectivamente acaban siendo parte de nuestros roles. Si a los hombres se les siguen regalando pistolas para que jueguen a luchar o enseñándoles que la fuerza es la que está relacionada con la masculinidad, no el cuidar o mostrar los sentimientos, estamos creando dos tipos de personas muy distantes en este mundo y dos tipos de liderazgo muy distintos.
Entendiendo que la bicicleta es un vehículo que te permite ir mucho más allá del distanciamiento social y aquí entramos en la materia que nos convoca en revista Pedalea, ¿cómo ves la incorporación de la bicicleta en esta crisis actual, en estas nuevas ciudades y su aporte para las mujeres en una nueva movilidad?
-Nosotras pensamos que es imprescindible y hemos de trabajar para ver cómo podemos incrementar el número de personas y de mujeres en su diversidad ciclista en la ciudad.
Una ciudad centrada en la movilidad de la bicicleta y a pie siempre será una ciudad mejor que una centrada en el transporte privado motorizado.
Sabemos que en varias ciudades de América Latina, habéis sido las ciclistas urbanas feministas y diversas las que habéis abogado mucho para aumentar la promoción el uso de la bicicleta por parte de las mujeres y nosotras en Barcelona hemos querido hacer nuestra pequeña aportación.
Recientemente finalizamos un estudio del uso de la bicicleta con mujeres y personas con identidades disidentes en la ciudad, porque las políticas de movilidad en bicicleta en Barcelona se han hecho sin tener una estrategia global, holística y se han hecho desde una mirada totalmente androcéntrica. En este estudio también quisimos preguntar a las mujeres que no iban en bici por qué no lo hacían y salen cosas que no sorprenden, porque al final corrobora muchas de las cosas que hemos hablado, por un lado, el 40% de las mujeres que no iban en bicicleta es porque utilizan otro medio sostenible, prefieren ir a pie o en transporte público, pero nunca en coche o en motocicleta. En cambio, el 60% no lo hace por otras razones, pero muchas de ellas manifiestan que sí les gustaría.
¿Desglosan el por qué no?
-Sí, desglosan, porque no tienen bicicleta, otras porque no tienen espacio donde guardar la bicicleta, hablan también del miedo y la inseguridad, porque la infraestructura ciclista no la perciben segura, porque hay una red de carriles bici que es muy fragmentada que no tiene continuidad, no siempre hay carriles bici y que también tienen miedo al acoso vial por parte de conductores de vehículos motorizados.
Un porcentaje interesante, aunque sea menor, pero creo que no tenemos que obviarlo es que el 15% de las mujeres habla de que no van en bicicleta porque es incompatible con las tareas que tienen a nivel doméstico y de cuidado, porque tienen personas dependientes a cargo.
La bicicleta para muchas mujeres que son ciclistas, la entienden como un medio que les da autonomía, es económico, las empodera, les da felicidad e independencia de no depender de horarios u otros medios. Incluso, hay mujeres que la ven como una herramienta de autodefensa feminista, sobretodo cuando se tienen que mover de noche, porque te lleva de casa al destino y del destino a la casa sin tener que caminar sola ni enfrentarse a temas de acoso sexual en el transporte público.
Aunque es verdad que podemos sufrir acoso sexual andando en bicicleta, hay muchas mujeres que hablan de esa libertad y esa autonomía que les proporciona, pero cuando se identifican los elementos negativos, hablan de esa falta de infraestructura continuada, de carriles bici que no sean segregados, que sean suficientemente anchos, que permitan a los diferentes ritmos, cuerpos y diversidades pedalear y hacerlo sin entrar en conflicto. Más del 40% de las ciclistas urbanas ha vivido acoso vial, acoso sexual y ese también es un tema muy grave que se tiene que afrontar desde el ciclismo urbano y cuando pensamos la infraestructura urbana.
Las ciclistas hablan de que por ser mujeres y ciclistas piensan que son tratadas y percibidas de manera diferente por el resto de conductores o por el resto de vehículos en el espacio, tanto por vehículos motorizados, como por las personas que van a pie, en los conflictos que se dan con los peatones, como también con los otros ciclistas que se mueven en ciclorutas.