Por Natalia Espitia, directora Fundación Niñas sin miedo
Yo era una mujer insegura, siempre me sentí menos que los demás. Eso afecto mi vida sentimental y laboral. En 2015 obtuve el puesto de directora de comunicaciones en la ONG Hábitat para la Humanidad Colombia. Esta experiencia laboral me trajo dos experiencias que cambiaron mi vida. Enfrentar mis miedos más profundos y conocer una comunidad de la que nunca me pude olvidar.
Empiezo por el primero el Miedo: Confieso que uno de mis tantos miedos era escribir y que vieran lo que escribía -porque soy muy mala redactando-, para mi desgracia parte de mis responsabilidades como directora de comunicaciones era escribir. En una ocasión tuve que entregarle una carta a mi jefe, aunque estaba advertida que si seguía escribiendo así de mal posiblemente podría perder mi puesto, tomé la decisión de hacerlo e intentar mejorar mi pésima redacción. Ese día él me dijo: “¿Esto está mal escrito, yo creo que no hicieron bien las pruebas de selección contigo Natalia, ¿No has pensado que tienes dislexia?”
Me largué a llorar, luego me dijo “¿Qué es lo que tienes? Veo que todo el tiempo estás asustada. Deja de llorar y aprende a montar bicicleta”
En ese momento me sentí derrotada, tal vez no era tan grave para los ojos de los demás. Empecé a identificar mis traumas y en ese ejercicio recordé que hacía 3 años había sufrido un intento de violencia sexual en una calle de Buenos Aires, ese desafortunado episodio me causó pánico frente a los hombres en la calle. También recordé que cuando tenía 12 años un vecino me acosaba. Me escondí y me volví en mi adultez una mujer con miedos. Mi padre alimento esos miedos evitando que aprendiera a montar bici, creo que pensó que lo mejor era omitir esa parte del aprendizaje de todo niño por protegerme de la calle y de sus “peligros”.
Como en lo posible no me dejo vencer, seguí el consejo. A los 27 años no sabía montar en bicicleta. Estaba decidida a intentarlo. Fui con mi mamá a la Biciescuela, un colectivo de personas que enseñan gratis en Bogotá. Las dos estábamos en las mismas. Mi mamá aprendió primero. En definitiva, pedalear sin ayuda era un acto simple y grande de seguridad, como si te tomaras una pastilla que produce confianza.
En una caída me lesioné. La situación se presentó para que yo desistiera, pero seguí. ¡Pude hacerlo después de mucho esfuerzo! Y no contenta con mi conquista a los 27 años, enfrenté la calle. Me lancé arriba de las dos ruedas. Me desafié. En la medida que me fui apropiando de la ciudad a bordo de la bici, mi forma de ser fue otra. Había dejado lejos a la mujer triste y temerosa. Me tenía sin cuidado que algunos transeúntes me faltaran al respeto con sus piropos o la intolerancia de los carros.
Paralelo a esa positiva transformación, conecté mi deseo de emprender. Segundo punto de inflexión en mi paso por HPH Colombia: Soacha, el lugar donde yo con mi cargo de comunicaciones en HPH Colombia recolectaba historias. Un municipio al sur de Bogotá donde el 50% de los habitantes son víctimas del conflicto armado y es catalogada zona roja por su altos índices de violencia. Este lugar me marcó y fue mi inspiración, las mujeres y niñas que conocí, muchas de ellas compartían los mismos miedos que yo y algunas también habían pasado por violencia sexual. Y fue ahí donde dije: Si la bici me empoderó a mí, ¿por qué no lo puedo hacer por ellas?
Vi una oportunidad en una generación de niñas que viven en medio de la pobreza, para demostrarle a los demás que ellas son la fuerza transformadora de la sociedad.
Descubrí que en Camboya hay iniciativas de niñas que van al colegio en bicicleta, para prevenir violencia sexual y para desarrollar seguridad. Recuerdo haber dicho “¡no soy la única!”; en Estados Unidos encontré Little bellas, un grupo que empodera a las mujeres a través de la bicicleta. En este punto de mi historia, se juntó todo y así nació Fundación Niñas sin Miedo.
En Soacha las niñas no salen a montar bici, sus papas las protegen por que el peligro es inminente, entonces me arriesgué. Conseguí 19 bicicletas usadas, las pintamos, las arreglamos y sin mucho presupuesto empezamos a recorrer el barrio con ellas, luego les enseñamos a las niñas que no sabían montar bici y finalmente lo completamos con un programa de educación para la prevención de violencia sexual y embarazo en adolescentes. Vimos que había un total abandono a las niñas víctimas de violencia sexual, muchas de ellas no han hablado del tema y ahora apoyamos 4 casos de violencia sexual en el sector.
Actualmente tenemos 30 niñas entre los 7 y los 15 años, se han vinculado 32 personas desde los 9 hasta los 70 años como voluntarios, me enorgullece contar esta historia porque el día que las vi montando bicicleta en medio de tanta pobreza, con una actitud positiva y arrasadora me di cuenta que no solo la bici tiene el poder de cambiar vidas, nosotros con poca o con mucha plata tenemos el poder de transformar realidades, emprender este proyecto me enseño que a veces a pesar que todo parezca imposible que no te sientas capaz de hacerlo uno no se puede quedar con las ganas, me enseñó a actuar y que los planes a veces son salen tan bien pero hay que arriesgarse. Siempre vale la pena si se trata de hacer cambios sociales.