El 8 de diciembre ha estado marcado en el calendario ciclista por años. La tradición pedalera que retornó oficialmente este año dejó hermosas fotos y sin duda experiencias inolvidables. Aquí el relato de Raúl Thiers y Natalia Espina, dos principiantes en esta ruta.
Por Equipo Pedalea
Crónica de un debutante (en todo)
La bici siempre se me dio un poco más fácil. La verdad, fue lo único que se me dio. Normalmente me elegían último cuando en el colegio armaban partidos de fútbol improvisados en recreos o clases de educación física, le tenía un miedo irracional al caballete e incluso recuerdo que uno de mis primeros traumas de infancia fue cuando me hicieron saltar la cuerda, allá por 1990. Obviamente mi nula coordinación entre brazos y piernas me hizo caer al primer brinco y estuve 45 minutos escondido en el baño del kínder, llorando la vida.
Pero con la bici siempre fue distinto, incluso pese a que nuestros primeros encuentros fueron complicados. Quizás nos estaba enseñando a caer y nunca lo supimos, pero por alguna razón mi abuelo me botó de la bicicleta a mí, a mi hermana y a todos mis primos cuando éramos chicos. Nos paraba entre risas y nos animaba a seguir intentándolo.
Y lo seguí intentando, tanto que hace ya algunos años decidí que la bicicleta sería mi medio de transporte y mi vía de escape a la rutina, con una que otra subida al cerro. Hace algunos meses también decidí que la bici sería mi deporte. Básicamente porque pedalear depende de ti. Nada más y nada menos. Fijas las metas, los tiempos y los lugares. También es una oportunidad única para estar con uno mismo. Y quizás a muchos no le hace sentido todo lo anterior o simplemente puede parecer algo intrascendente, pero para alguien que nunca fue bueno para la actividad física, es algo que te da vueltas varias cosas en la cabeza.
Fue en ese proceso que decidí hacer el pique a Lo Vásquez este 2022. Más bien a Valparaíso. La meta era pedalear 127 kilómetros, pero también esquivar los cientos de comentarios de otros ciclistas que lo habían hecho y que te decían era terrible. Y claro, también sortear los miedos propios que ni siquiera un entrenamiento a conciencia puede espantar a la hora de subirte a la bici, apretar “inicio” en la app y dar los primeros pedaleos rumbo a la Ruta 68. Porque obvio, cuando eres medio obsesivo y te pones a leer sobre el tema, te enteras de que la subida antes del Túnel Zapata es lo peor del mundo, que el cambio de temperatura en algunos tramos puede congelar los pensamientos, que el frío en algunos sectores es tanto que puede alterar el rendimiento de las luces. Y que sin luces, especialmente después del Santuario, estás pedaleando a un costalazo importante.
Y sí, algunas cosas son verdad. Hace frío si no tienes ropa adecuada, hay algunas subidas complicadas que te comen las piernas, te encuentras de frente con caballos y carretas que van sin luces, además de tener que esquivar peatones que se disfrazan de noche oscura para salir a peregrinar de madrugada, sobre todo en el tramo Lo Vásquez – Valparaíso. La mayor parte del tiempo tienes que ir muy concentrado para evitar una cagada, chequeando cómo va tu cuerpo, cuánto líquido tienes que consumir y si realmente tienes ganas de otra barrita energética. Pero también es verdad que no es tan terrible como dicen. De hecho, todas son situaciones que pasan a otro plano cuando empiezas a darte cuenta que lo estás haciendo, que pedalear de noche por la carretera con la luna encima es una experiencia única y que la brisa, pese al frío, sigue despejándote los pensamientos en cada bofetón.
También es lindo darte cuenta que andar con más personas en la bici es una buena experiencia. Hice el viaje con Carlos y Cris (creo que 3 es un buen número para esta aventura, aunque hacerlo solo también debe tener sus cosas), y aunque teníamos diferencias en bicicletas y estados físicos, supimos acompañarnos en cada kilómetro, incluso cuando la tentación de dejar todo tirado era grande. Finalmente llegamos a Valparaíso en 4 horas 56 minutos, un poco cansados, pero con sentimientos bonitos a tope.
En esta pasada, creo que los tutoriales y las recomendaciones muy específicas contaminan un poco el paisaje. Para hacer el tramo hay que saber lo justo: antes del túnel Lo Prado corre mucho viento, hay que abrigarse bien al salir de los túneles, hay 3 o 4 subidas muy intensas, hay que llevar buenas luces, se puede encontrar bebida / comida en el camino y hay personas imprudentes de las que te debes cuidar, como en la vida. El resto, disfrutar.
Si me preguntan cómo fue mi debut en Lo Vásquez, pero por sobre todo, cómo fue mi primera vez en una actividad deportiva de verdad, digo que probablemente sea una de las mejores cosas que hice este 2022. Absolutamente esto no me convirtió en un deportista de ningún tipo, ni en un referente de nada. Pero sí me hizo muy feliz y ser feliz te hace ser mejor persona. Y creo que, pese a las caídas, hay que seguir intentando ser feliz.
Vencer los miedos y sumar experiencia
Ando en bicicleta desde niña, pero de manera habitual y cotidiana desde octubre del 2019.
La bicicleta representa varias cosas, es multipropósito, es mi medio de transporte, por ende, me genera libertad al momento de convivir en mi cotidiano, puedo decidir los horarios y también por donde moverme. Es mi conexión con el deporte y la naturaleza. También es mi terapia y vía de escape mental. Es mi contribución al planeta y mi excusa para conocer personas y tomar fotografías.
Sentí que era mi momento de ir a Lo Vásquez y poner en práctica mis capacidades físicas y mentales. Por otro lado, este año mientras iba en bicicleta un auto me chocó y me quebré 2 costillas, al retomar la bicicleta el trauma emocional ocasionado persistía, y solo ha sido superado usando cada vez más la bici, por tanto, pensé que al hacer este viaje sumaría kilómetros para superar mis miedos y por supuesto también para sumar experiencia.
No tuve tanta preparación, además del uso diario, comencé a ir al cerro San Cristóbal 2 a 3 veces por semana, y dejé de tomar alcohol y fumar unas semanas.
El viaje lo hice con 2 amigos y una amiga, quienes ya habían ido varias veces. Comenzamos desde la estación Pajaritos tipo 7:30 y llegamos a Valparaíso a las 3 de la mañana.
Un gran aprendizaje que me dejó este viaje es invertir en una buena calza con protección para trayectos más largos. Las luces también son indispensables, fueron de gran ayuda ya que a ratos había tramos muy oscuros. La música es algo muy importante en mi vida y en algunos momentos sirvió para darme aliento. También me sirvió mucho que mi compañero de viaje había ido antes, por lo que podía resolver mis dudas y también me alentaba.
Creo que el mejor momento para mí fue después del primer túnel en donde hay una bajada muy larga, donde solamente vas disfrutando con el vuelo y eso fue maravilloso. Lo más extenuante fue pasado Lo Vázquez donde hay cuestas que no son más grandes que las anteriores, pero a esa hora uno ya va un poco fundida. Efectivamente hubo 2 cuestas donde perdí mucho la esperanza. Tuve un desencuentro conmigo misma, en ese momento pensé cosas como ¿por qué acepté venir? ¿qué hago acá? no vengo nunca más, y después, creo que no llego, creo que no llego y qué lata por mis compañeros que iban más adelante y que lata no llegar y dar jugo y tener que parar de nuevo. Fue un tramo de media hora de oscuridad mental, que después claro fue superado a medida que iba avanzando. Me hidraté y seguí pedaleando hasta que vi un cartel de tránsito que decía 18 km a Valparaíso y ahí fue como ¡wow hermoso! 18 km no es tanto y de ahí para abajo era todo bajada. El último tramo de unos 30 km fueron súper buenos, lo disfruté mucho, era todo bajada y alcancé una gran velocidad, yo diría que una de mis más altas velocidades en bicicleta.
Finalmente llegamos a Valparaíso a las 3:00 de la mañana, uno de mis compañeros de viaje había reservado un hotel con una rica pieza donde nos estaban esperando con unas cervezas y unos sándwiches, eso fue genial.