Walter Imilan, director alterno del Núcleo Milenio Movilidades y Territorios www.movyt.cl, cuestiona en esta columna la noción fija de los territorios e invita a abrir la mirada hacia formas de movilidad que se despliegan por valles, montañas y costas.
La noción de territorio está sobre la mesa en el actual debate constitucional. Pero los territorios no se deben entender solo como lugares de residencia, sino que como experiencias con el mundo que se construyen, en muchos casos, a través de la movilidad. La movilidad es, en estos casos, una fuente de existencia.
Un caso interesante de analizar desde esta perspectiva es el de la comunidad Changos Camanchacos que habita la caleta de Barranquilla, treinta kilómetros al sur de Caldera. Este lugar fundado por familias Changos ha sido desde tiempos antiguos parte de un circuito de bahías que conectan la costa de Coquimbo con la de Tal-Tal. Las familias Changos han navegado por años este territorio realizando estaciones en sus refugios a lo largo de la costa.
Pero el territorio de existencia de esta comunidad hoy es un balneario de tomas de segundas residencias, donde las construcciones caóticas cercan al asentamiento Chango sobre roqueríos, frente, o casi, sobre el mismo mar. Por otra parte, el lugar también está constreñido por la actual Ley de Pesca que confina a las familias a pescar sólo en la región de Atacama, dificultando el ejercicio de su autonomía territorial forjada generación tras generación.
Desde Barranquilla, en línea recta hacia las montañas se encuentra la Finca de Los Herreras, una familia Colla que posee una antiquísima y bella casa de piedra revestida con adobe. En su patio se yerguen dos árboles de grandes dimensiones tan antiguos como su vivienda. Bajo su sombra pasan buena parte del día, preparándose para partir en noviembre a recorrer junto a sus animales sus “posiciones” hacia la cordillera. En cada una de ellas les espera un refugio de pircas y techos vegetales y, sobre todo, cerros con hierbas tiernas para sus animales. Pastores transhumantes son los Herreras, pero la continuidad de esta práctica esta presionada por los atractivos de la vida moderna y urbana y, también, por la creciente sequía producida por el cambio climático y la acción de las faenas mineras que extraen el agua, contaminan y disputan sus territorios de existencia. Pese a ello, los actuales Herreras se mantienen firmes en sus faenas.
Muchas personas piensan que la movilidad es sinónimo de una vida moderna, pues se entiende como capital de una sociedad conectada, integrada a los flujos del dinero, de la novedad y las tecnologías. Pero la movilidad no es nada nuevo como fuente de experiencia, de conocimientos y formas de vida. La condición ancestral de los pueblos originarios en América Latina, o Abya Yala, fue la movilidad en sus diversas versiones: transhumancia, nomadismo o movilidad circulatoria. Lejos de permanecer como prácticas del pasado, muchas se mantienen hasta la actualidad pese a estar constreñidas por una visión fija de los territorios. Y es el Estado el que establece esta visión de territorios con límites para las personas, negando la condición móvil de habitar el mundo.
La experiencia de familias Colla y Chango llevan a poner en duda esta noción de territorios como parcelas y sitios. En efecto, cuestiona incluso la noción de propiedad privada basada en límites y cercos. Para Colla y Changos el mundo se construye en la movilidad del caminar junto a animales o bordear la costa en botes.
En estos días que discutimos una nueva Constitución, donde la noción de territorio ocupa un lugar semántico relevante, es necesario reconocer las diversas concepciones de territorio que se despliegan por valles, montañas y costas. En cierta forma, tomarse en serio las nociones de territorios nos llevan a reconocer diversas formas de movilidad que han estado aquí desde siempre.