Por Paola Jiron y Walter Imilan, directora y director alterno del Núcleo Milenio Movilidades y Territorios, MOVYT, dos años después de la columna “Es la vida cotidiana, estúpido”
La vida cotidiana explotó en octubre del 2019. La dignidad se levantó como la principal demanda, y las evidentes condiciones de desigualdad y privilegios de la sociedad chilena fueron puestas en la primera línea. La desigualdad fue traducida como un problema de acceso a servicios de calidad, pues mientras algunos pocos gozan de acceso privilegiado a educación, salud, transporte y entornos saludables, la gran mayoría debe lidiar, todos los días, con múltiples dificultades para llevar a cabo sus proyectos de vida de formas vulnerables y precarias. Y cuando aún no se cerraba el ímpetu de la revuelta social, llegó la pandemia.
Entre la pandemia, la atmósfera crítica de la revuelta y la conformación de la Convención Constituyente, con sus nuevas voces y experiencias, los problemas en la base de la demanda por dignidad empiezan a tomar una nueva dimensión. Un planteamiento anti neoliberal no es suficiente. Tampoco una recuperación del pasado, que muchos ven como caminos de futuro, con nostalgia de la época desarrollista. En definitiva, el futuro no es solo la deconstrucción de los últimos treinta años.
Al acompañar la vida cotidiana de las personas durante estos últimos dos años se empiezan a dibujar mundos de una complejidad nueva, donde muchas categorías tradicionales quedan obsoletas, pues son nociones inútiles para comprender el mundo en que vivimos hoy. Sólo como ejemplo, los trabajadores móviles digitales son la punta de un iceberg que empieza a emerger: repartidores en bicicletas y motos, conductores esperando pasajeros en su aplicación, o compradores por encargo que atiborran los supermercados son parte visible de una generalizada informalización de la economía.
El acceso a la vivienda -otro tema urgente-, no se resolverá adecuadamente con la simple construcción de más casas. En este caso, el acceso no es sólo entregar más subsidios y cumplir la promesa de la casa propia, ya que muchas de ellas no cubren las necesidades para desarrollar diversos proyectos de vida. La crisis climática no se resuelve con iniciativas individuales ni tampoco con promesas tecnológicas como la electromovilidad. Las formas de vida han cambiado y lo que urge es re-problematizar el mundo que habitamos. ¿Cómo las personas generan sus ingresos?, ¿Es el trabajo formal una opción para crecientes segmentos de la población?, ¿Qué significa la vivienda con relación a los cuidados diarios, el teletrabajo, la inseguridad o los territorios devastados? Los problemas actuales no se podrán resolver con más de lo mismo o recetas de hace cincuenta años atrás. Relacionar o vincular los diferentes ámbitos de vida de las personas entrega una imagen más nítida de las dificultades y barreras cotidianas que enfrentamos.
La categoría “territorio” ha empezado a circular, a hacerse parte del léxico popular, denotando la importancia de los espacios de vida cotidiana. Bajo su prisma se visibiliza la diferencia en las formas de vida que no ya no pueden ser gobernadas desde políticas estandarizadas pensadas desde Santiago y desde profesionales expertos. Los territorios plantean proyectos de vida diversos, conocimientos, saberes y prácticas que son, también, recursos para superar las diferentes crisis. Tomando aire luego de la revuelta, pandemia y fin de un ciclo político institucional, mirar hacia adelante implica hacer nuevas preguntas, re-problematizar y juntar ámbitos que han sido abordados de forma fragmentada. Implica abordar los problemas desde una posición parecida desde donde lo experimentamos: la misma vida cotidiana. Entramos en un nuevo ciclo, donde esa vida cotidiana a la que hicimos mención hace dos años ha sido trastocada, pero sigue siendo el eje de una discusión pendiente que aun no cuaja, sin embargo, ahora es más urgente, más evidente, más compleja, quizás más precaria para muchos. Por eso aun sigue siendo necesaria relevarla y entenderla antes de ofrecer soluciones.