Por Karina Muñoz, directora ejecutiva Fundación Conciencia Vial.
Saber que en 2016 fallecieron 2.178 personas en siniestros de tránsito (considerando el ajuste recomendado por la OMS) nos hace pensar y ponernos en el lugar de aquellos que han perdido un ser querido; así también cada vez que nos enteramos por los medios de algún accidente fatal, como el de La Florida donde una niña salió expulsada por el parabrisas, por nombrar uno de tantos.
Pero, pese a sensibilizar con estos temas, en la práctica esta situación no se refleja de igual manera al desenvolvernos por las vías, viviendo una real falta de empatía a nivel de movilidad.
Esto, porque a diario vemos como al movernos por las calles cada actor, ya sea en rol de peatón, ciclista, automovilista, u otro, tendemos a omitir al otro, a pensar que nuestra forma de andar está por sobre la del otro y a creer que el diseño de las vías debería privilegiar mi forma de desplazarme en desmedro de otras.
Lo cierto, es que estamos ante una estructura que se basa en la convivencia, donde el buen trato es esencial. Y se requiere que esta convivencia sea fluida, armónica y segura. Para lograr una movilidad segura, los comportamientos y acciones de los usuarios de las vías, son claves. Estos deben tener como eje la empatía, el saber que no somos los únicos y que el otro tiene tanto derecho como yo a desplazarse.
De ahí que el éxito de cualquier sistema vial dependerá, en parte, de los hábitos que como sociedad tengamos, por lo que se vuelve una tarea fundamental poder inculcar y enseñar desde pequeños la importancia de ser buenos ciudadanos y saber que siempre una buena convivencia es la base de todo.
Es así como desde nuestra ONG, Fundación Conciencia Vial, tenemos el foco puesto desde la etapa preescolar, es desde aquí donde podemos ir transmitiendo las primeras acciones para una sana y segura convivencia vial; para esto los conceptos de respeto, autocuidado y empatía son primordiales.
Por medio de nuestro proyecto “Transitando Con Conciencia Vial”, hemos podido ver in situ como pequeños de primero y segundo básico van incorporando de forma lúdica conceptos sobre cómo habitar las vías, independiente del modo, para así ir generando hábitos que próximamente van replicando con sus pares, en sus casas con sus familias, y en el entorno cercano.
Son ellos los que se dan cuenta, por pequeños que los veamos, que el celular no va de la mano con el volante del auto, que el semáforo en rojo es para detenerse independiente de que no venga nadie, que es mejor demorarse un poco más que volar en el auto, que un peatón debe cruzar en las zonas permitidas para ello, entre otros, volviéndose verdaderos fiscalizadores y “acusadores” de las malas conductas de los adultos.
Es por esto que hablamos de un trabajo a largo plazo, que requiere tiempo, donde debe existir un rol en conjunto entre Estado, organizaciones civiles y el ciudadano de a pie, a fin de lograr precisamente eso, el cambio de hábitos, y que cada actor de las vías sea capaz de estar realmente consciente de que no estamos solos en las calles.