Por Daniela Suau Contreras
Periodista, activista movilidad sustentable y feminista.
Mañana voy a ser yo. Lo sé. Me despediré de mis perros diciéndoles que regreso pronto y saldré de mi casa en mi bicicleta, sin saber que no volveré.
Por los chats grupales, primero sabrán las y los activistas ciclistas, luego más ciclistas, las redes sociales, mi mejor amiga, mis vecinas y, si tengo un poco de suerte, al menos más que la que me quitó la vida, quizás lo repliquen los medios de comunicación.
Mi suerte llegó hasta acá. Luego de décadas movilizándome en bicicleta y evitando la muerte, me tocó. Porque vivir y ser ciclista en Chile, cada vez se está asimilando más a un acto de sobrevivencia.
Me habrán robado las ganas de cambiar la vida en las ciudades. Morirán también las conversas que tanto disfrutaba sobre feminismo con mis amigas, las idas al cerro San Cristóbal, las visitas a mi familia y las largas caminatas que tanto me gustaban y las pedaleadas por la ciudad, feliz, sintiendo el viento y el sol. Se apagará mi risa estruendosa.
A los pocos minutos de morir, quizás sea más tiempo, llamarán a mi familia. Es muy probable que demoren en contestar el teléfono. Si es día de semana, tal vez responda mi padre o mi hermano. Si es fin de semana, probablemente sea mi madre.
Seguramente les dirán que deben ir a la comisaría más cercana o acercarse al lugar donde me mataron. Pero no les dirán la verdad, sino que tuve un “accidente”. Esa sutil forma de conceptualizar la pérdida de mi vida y la irresponsabilidad de un conductor motorizado. Les dirán que simplemente “no me vio”.
Horas más tarde, sabrá mi hermana y mis sobrinas en España, quedarán desgarradas; al igual que el resto de la familia en segundo grado. Más hacia el final del día, se enterarán mis compañeros de universidad y excompañeres de trabajo.
Alguien escribirá en alguna red social que me conocía y que lamenta mi pérdida. Como si me hubiera extraviado. Las personas más cercanas a la causa, se preocuparán por decir la verdad y es que fui una nueva víctima de la violencia vial, y que no podemos tolerar más muertes de ciclistas.
Considerando que soy una activista medianamente conocida, más tardíamente, quizás, le informen al Ministerio de Transportes y a la Conaset. Saldrá la o el encargado de turno, a decir que lamentan mi muerte y envían condolencias a mi familia. Ni siquiera dirán mi nombre, más bien se referirán a mí como la ciclista muerta en equis intersección. Repetirán que están trabajando en un plan interministerial y conversando con las empresas de transporte público.
En la práctica, sí, lo sé, incluso muerta, no pasará nada. El próximo día, semana o mes, será otre. Porque no, no pasará mucho tiempo más.
Por supuesto, no faltarán quienes empaten mi muerte con la irresponsabilidad de los ciclistas kamikazes o quienes dirán que yo no llevaba casco ni usaba reflectantes. Incluso, por ser mujer, habrá quienes me revictimicen, señalando algún incumplimiento de mi parte o preguntándose qué hacía a esa hora y en ese lugar. Sí, me revictimizarán, a vista y paciencia de mi familia. Introduciéndoles un poco más el dedo en la llaga.
Mi familia no sabrá qué hacer. Sólo serán dolor, rabia, frustración y desacierto. Mi madre y mi padre, seguramente, pensarán todas las veces que me dijeron que andar en bicicleta era peligroso y, tal vez, aunque espero que no lo haga, mi hermano se sentirá culpable de haberme incentivado a movilizarme en bicicleta.
Mi mejor amiga intentará por todos las formas posibles, que la prensa, los medios digitales y los canales de televisión cubran mi muerte, diciendo la verdad, pero todo será en vano. No por falta de esfuerzo, sino porque se ha transformado en algo tan común que nos maten por pedalear, que a nadie le importa.
Prontamente organizarán una velatón y comenzarán a preparar una bicicleta blanca para poner en el lugar donde me mataron. Al año, quienes aún me recuerden, quizás vayan a manifestarse, remplazarán flores y fotos mías.
A ti, que me estás leyendo, incluso estando muerta, es bien probable que poco te importe, incluso, si llegaste hasta acá. No te estoy subestimando, estoy evidenciando una realidad que viví por muchas décadas. Las y los ciclistas o peatones muertos, pasamos a ser un dígito más, alguien más que producto de la conjugación de diversos factores, simplemente “murió”. Como si hubiésemos salido de nuestras casas con ganas de morirnos.
Un “accidente” más, dirá la mayoría, vamos con la siguiente noticia. Casi en el anonimato, me sumaré a la triste lista de víctimas viales, como María Ignacia Romero Omeñaca, Melody Fung, Valeria Gazzano Archiles, Pamela Valenzuela Cornejo, Sergio Saavedra Parra, Matías Rojas Guerrero, Christian Martínez Santos y tantos más.
La responsabilidad política por no fiscalizar, por no sancionar los excesos de velocidad, por no calmar el tráfico y, finalmente, por no planificar ciudades para las personas, en vez de para los autos, recaerá en muchos pero no habrá sanción para nadie. Lo sabemos y lo sé. Incluso muerta.