Por Ariela Muñoz Soto / ONG Más Cleta, Concepción
Fueron varios meses de planificación, 11 meses desde el inicio de su construcción, más de 500 multas cursadas por vehículos mal estacionados, 480 millones de pesos de inversión, más de 70 estacionamientos erradicados, 24 nuevos semáforos y 12 intersecciones de calles intervenidas, para construir 1,4 kilómetros de ciclobanda por una de las arterias principales del centro de Concepción: la Avenida Bernardo O’Higgins.
Se cortó la cinta inaugural el 14 de diciembre (pero ya era funcional desde agosto, aproximadamente) y ya se han registrado más de 75 mil viajes en bicicleta. Con la ayuda de contadores subterráneos, durante diciembre se constataron -al día- más de 800 bicicletas, siendo utilizada principalmente de lunes a viernes y en horario punta. En el Bío Bío, el proyecto considera 17,7 kilómetros de ciclobandas para toda la región, vías exclusivas que pretenden subir a cientos de nuevos usuarios a las dos ruedas y bajar a los temerosos de las veredas.
No obstante, muchos detractores dicen que “la inversión es excesiva”, que “la construcción de las ciclovías produce taco”, que “los únicos beneficiados son los estudiantes”, que “achicaron el espacio de los autos”, y sobretodo que “nadie las usa”. Un largo etcétera de argumentos para oponerse a la cultura ciclista, a los 190 kilómetros de ciclobandas que el Gobierno entregará antes de marzo, al trabajo de tantas agrupaciones en todo Chile. Esta infraestructura pretende reducir la congestión vehicular, la contaminación (acústica y ambiental), y mejorar la calidad de vida de las personas. ¿Cómo alguien puede oponerse a eso?
El automovilista ha naturalizado el taco, la contaminación y el ruido, inconsciente de que es él mismo quien lo produce. Ha naturalizado el alto precio de la bencina, la fila de la revisión técnica, buscar estacionamiento durante 20 minutos para hacer trámites que duran un tercio. Ha naturalizado -incluso- que todos deben disponer de un estacionamiento y que si éste no existe, se lo inventa en la vereda o en la ciclovía; hasta naturalizó la bocina como la voz imponente de un armatoste de una tonelada. ¿Tanto poder supone un automóvil? Ni el tamaño, ni la marca, ni menos el permiso de circulación garantizan imponer el miedo sobre los demás usuarios del espacio público. Es nuestro deber cambiar dicho paradigma. La ciclobanda de O’Higgins arrasó con una parte, pues supone un cambio cultural para todos los actores del tránsito: es un paso más para llegar a destino.
No hay duda de que la lucha ciclista dará frutos, más temprano que tarde. Mientras, conviviremos con la incredulidad, la hostilidad y la violencia vial. Conviviremos aún con los autos estacionados en la ciclobanda, con los peatones que esperan en cruce sobre la misma y con los ciclistas que se niegan a bajar de la vereda. Pero también saboreamos estos logros empapados de celebración y de orgullo, porque sólo así percibimos la metamorfosis de las ciudades: la victoria de todos los ciudadanos.