Por Jorge Heine, abogado y ex ministro de Estado.
Un total de 385.000 personas fallecieron en forma prematura en el mundo en 2015 como consecuencia de las emisiones del transporte, según un informe reciente del ICCI. Ello se debe sobre todo a las emisiones de motores diesel, que dan cuenta de un 47% de ellas. El costo anual en terminos de salud se estima en un billón de dólares, una cifra varias veces superior a todo el PIB chileno. En Chile, el número de muertes prematuras anuales causadas por las emisiones del transporte llega a los 4000, con 3000 de ellas en la Región Metropolitana.
En Chile, el 95% del transporte terrestre es realizado por camiones, la gran mayoría de los cuales son a diesel. Este virtual monopolio camionero es el resultado de políticas públicas que lo promueven por medio de subsidios al precio del diesel (más barato que la bencina), devolución de impuestos, y peajes inferiores a los que deberían pagar. Estos subsidios van de la mano con bloqueos a la competencia de modos sustentables, como el ferroviario, en que Chile alguna vez fue pionero en Sudamerica, y hoy es apenas una sombra de lo que fue. En otras palabras, en un país en que la palabra subsidio tiene una connotación cuasi pecaminosa, el Estado chileno subsidia a full el medio de transporte más dañino para la salud de la población, un caso digno de estudio por las Escuelas de Políticas Públicas.
Este ejemplo ilustra el porque una de las especialidades mas dinámicas en estudios urbanos hoy es el de la relación entre planificación y diseño urbano por una parte, y sistemas de transporte y salud de sus habitantes, por otra. La salud depende en parte importante del estilo de vida, que a su vez depende de lo que hacemos en nuestra vida cotidiana. El ser humano no fue hecho para estar sentado en un auto varias horas al día. Primero, fuimos cazadores y recolectores, recorriendo los bosques en búsqueda de animales y frutas. Pero aún cuando pasamos de nómades a agricultores, y de ahí a citadinos, siempre caminábamos al mercado, a la escuela, a la iglesia, a la plaza.
De hecho, hasta hace poco mas de un siglo, las ciudades estaban hechas para peatones, y, en menor grado, para carros de caballos. Es solo en el último siglo que han sido diseñadas para otras cosas, esto es, para autos. Esta noción de la ciudad, basada en el uso de combustible fósiles, con el auto como principal medio de transporte y la torre como principal forma de vivienda, que fue la dominante en la segunda mitad del siglo XX, ha entrado en crisis. El así llamado malestar urbano, definido por la contaminacion, el ruido, el exceso de cemento y la falta de espacios verdes, ha llevado a una profunda revisión de nuestra manera de hacer ciudad.
Vivimos una crisis urbana. Y el salir de ella pasa por dos grandes ejes. El primero tiene que ver con transporte y movilidad. La clave aquí está en desarrollar sistemas de transporte multimodales, no centrados en el automovil como medio principal. Los sistemas de transporte son a las ciudades lo que los sistemas circulatorios son al cuerpo humano. Y al diseñar ciudades para autos, artefactos que toman una cantidad enorme de espacio para transportar, en la gran mayoría de los casos, a un solo individuo, y no son usados más que un 5 % del tiempo, ha significado que las arterias de nuestras urbes estén cada vez mas atiborradas, llevando a la pérdida de muchas horas en tacos.
Como ha señalado ese gran urbanista que es Jan Gehl, “No es que uno este en el taco. Uno es el taco”. Como ha dicho el mismo Gehl, un auto consume 60 veces más energía que una bicicleta, y veinte veces más que un peatón. Ni los ciclistas ni los peatones producen tacos. Requieren mucho menos espacio. De ahí la urgencia de promover ciudadades caminables y pedaleables, que a su vez se traducen en una población más activa y más sana.
Un segundo aspecto tiene que ver con el espacio urbano y la urgencia de recuperar las calles para las personas. El bien mas preciado en una ciudad es el espacio. Sin embargo, el 80% del espacio público, esto es, las calles, hoy es asignado a los autos. Y una tendencia especialmente nefasta es la de construir autopistas urbanas, que destruyen el tejido citadino. Las ciudades son de calles, no de carreteras. Y el desafío para los alcaldes es como hacer las calles más atractivas y “pegajosas”, en la expresión de ese otro gran urbanista, el canadiense Brent Toderian. Con eso se refiere a cafés en las veredas, músicos callejeros y tiendas que muestran su mercadería no solo en las vitrinas, sino que también fuera de ellas.
En un un país en que la venta de 1000 automóviles diarios es celebrada por las autoridades como un síntoma de “progreso” y de “libertad”, cabe notar que está cada vez mayor tasa de motorización y de sedentarismo va asociada con la dudosa distinción de la obesidad más alta de América Latina, y la segunda más alta de la OCDE, con un 34.4%, y las consiguientes cardiopatías, diabetes y cánceres variopintos. Contrasta ello con un país como Holanda, en que hay una bicicleta por cada uno de los 16 millones de habitantes, en que un 27% de las viajes se hacen en bici, en que la movilidad sustentable es parte del ethos nacional, y que tiene una de las tasas de obesidad más bajas, con un 12.8%. Estrictamente hablando, el Ministerio de Salud debería ser el mayor impulsor de las ciclovias segregadas y bici-estacionamientos que tanta falta le hacen a las ciudades chilenas y que el Ministerio de Obras Públicas se niega a construir.
Cabe imaginarse que el nuevamente asumido Ministro de Salud Jaime Manalich tome el combate al creciente sedentarismo de los chilenos y la consiguiente promoción de la movilidad sustentable como causa propia. De ser así, poca duda cabe que se anotaría un poroto.