Victoria de la Barra, arquitecta equipo Núcleo Milenio Movilidades y Territorios MOVYT
En el actual contexto de crisis, hay quienes replegamos al hogar y al espacio virtual todo lo relacionado con “lo público”, como la educación, el trabajo, e incluso las reuniones sociales. Mientras tanto, otros y otras continúan desplazándose a través de la ciudad, mediante transporte colectivo o particular, permitiendo el funcionamiento de los servicios básicos, prioritarios o el abastecimiento.
Así, mientras algunos nos preguntamos cómo será la vuelta al espacio urbano -pensando en el imaginario de una ciudad vacía-, hay quienes continúan en él, saliendo más temprano de sus casas para evitar aglomeraciones en el transporte público, y haciendo propios nuevos objetos de viaje como mascarillas y alcohol gel, instrumentos que les permiten gestionar y continuar con la vida cotidiana.
Nuestros territorios están en constante movimiento y transformación. Así, el espacio público no se reduce solo a lugares fijos donde se realizan actividades de permanencia, como plazas y parques, sino que también comprende todos aquellos que tienen un significado a la hora de viajar por la ciudad. Lugares que se apropian, al momento de movernos fugazmente a través de ellos, como calles, veredas, pasarelas y otros, y por donde nos trasladamos diariamente, como el metro o las micros.
Si bien, es difícil contabilizar a la población que sigue desplazándose, Marcelo Olivares, académico del Instituto Sistemas Complejos de Ingeniería (ISCI), plantea que: “el efecto de las cuarentenas voluntarias después del 16 de marzo, fue muy heterogénea en comunas de mayores ingresos, la movilidad disminuyó un 30% y la semana siguiente un 40%, mientras que, para comunas de menores recursos la disminución fluctuó entre un 10% y un 20%”, situación que pone en evidencia que el espacio público, al menos en una ciudad como Santiago, no está vacío. El movimiento y la circulación de vehículos, personas, objetos, dinero, información e, incluso, el virus, continúan siendo el corazón de nuestra vida cotidiana, superando incluso la idea de estar fijos y fijas en nuestras casas.
Hacernos conscientes de este modo de vida “móvil”, que desde hace algunas décadas se ha instaurado aún con mayor fuerza en la vida contemporánea debido a la aceleración de los intercambios locales y globales, es fundamental para imaginar el futuro de nuestras ciudades y avanzar hacia un modo más adecuado de planificación urbana.
Por lo general, cuando se plantean propuestas para la dimensión física del espacio público post pandemia, tal como se ha visto en las últimas discusiones, medidas que suenan fuerte como la demarcación de parques o la apertura de calles para la caminata y bicicleta, parecieran proyectarse solo en respuesta a las necesidades higiénicas actuales. Si bien, el distanciamiento social nos acompañará durante un tiempo, el espacio público tal como lo conocemos no desaparecerá, probablemente seguirá siendo un territorio fundamental, esencial y articulador de nuestras ciudades, ya sea por la necesidad del encuentro social o por las posibilidades económicas que nos brinda. En este sentido apuntar solo a una parte de las actividades que ocurren en él y potenciar sólo ciertos modos de desplazamiento, pueden ser consideradas como insuficientes e invisibilizar, por ejemplo, los viajes intermodales de grandes distancias en ciudades como Santiago o la importancia de los lugares de circulación para las personas.
Paulatinamente, en nuestro país, se han observado intenciones que se acercan a reconocer la importancia del rol de las movilidades y su relación con el espacio público. En el año 2016, con la aprobación de la Ley de Aportes al Espacio Público, se realizaron dos avances concretos en estos ámbitos. El primero, incorporar el concepto de movilidad en materia de normativa urbana y, el segundo, agregar los Planes de Inversión en Infraestructura de Movilidad y Espacio Público como complemento a los instrumentos de planificación territorial existentes a nivel comunal e intercomunal.
Así, a partir de la puesta en marcha de la Ley, en noviembre de este año, todas las nuevas edificaciones en Chile estarán obligadas a realizar aportes económicos destinados a potenciar el espacio público y la movilidad del territorio en que se emplacen. Sin embargo, más allá de los logros monetarios que surjan a partir de los aportes, desde el punto de vista de la movilidad, los planes son relevantes por el rol integrador y estratégico que pueden llegar a tener, relacionando la movilidad con el espacio público. De esta forma, aún con la dificultad de no contar con experiencias similares a nivel nacional, formular un plan y proyectar obras, iniciativas y gestiones de manera concatenadas en él, son dos propósitos fundamentales para que comunas e intercomunas avancen en materias de ciudad.
Los Planes de Inversión, nos otorgan una oportunidad real para articular de manera estratégica la infraestructura urbana y nos estimulan a proyectar acciones más complejas y completas. Nos desafían a complementar los elementos físicos con mecanismos de gestión, operación y activación ciudadana, articulando todos los elementos que componen la infraestructura urbana. En otras palabras, no solo nos permiten conectar físicamente, paraderos, ciclovías, calles, parques, plazas, pasarelas, estaciones de metro, sino que también, vincular esta infraestructura, con la gestión de la basura, los horarios de funcionamiento de parques, luminarias y el transporte público, entre muchos otros. Es decir, generar infraestructura o programas que sean acordes a las necesidades de las personas que habitan los territorios cotidianamente.
Sin duda, pensar en nuestras ciudades hoy y planificarlas para el mañana genera grandes desafíos, aún en medio de una crisis como ésta, avanzar hacia un nuevo modelo de ciudad y hacia un diseño del espacio público mucho más continuo y coherente a nuestras prácticas de habitar, se hace cada vez más necesario para facilitar nuestra vida cotidiana en los distintos territorios de nuestro país.