Por Paola Jirón y Walter Imilan
Núcleo Milenio Movilidades y Territorios www.movyt.cl
¿De qué hablamos cuando hablamos de “Smart Cities” (ciudades inteligentes)? El urbanismo como un conjunto de ideas, conceptos y acciones de intervención en las ciudades suele transmitirse a través de narrativas, historias o relatos que representan un futuro deseado. Y Smart Cities es una de ellas. Quizás una de las más recientes y seductoras disponible en la circulación global de narrativas de urbanismo actual. En este contexto, la recepción de esta narrativa se presenta en dos formas opuestas: una que apela a una visión más bien utópica de conciliación de crecimiento urbano y sostenibilidad gracias al uso de información y TIC; y otra, que alerta respecto a su promoción de la inversión privada y consecuente orientación neoliberal.
En el norte global la implementación de este modelo de ciudad va acompañado de intervenciones con alta innovación tecnológica, diseño arquitectónico innovador y con impacto en la ciudad en diferentes escalas. Sin embargo, en Chile nos hemos encontrado más bien con modificaciones digitales de ciertos procesos, nuevas aplicaciones o pequeñas operaciones materiales de impacto superficial para sus habitantes, que resultan ser ficciones narrativas de un urbanismo moderno, sostenible y tecnológicamente avanzado.
De allí que sugerimos el concepto de intervenciones urbanas placebo, para analizar narrativas que promueven la idea de Smart Cities, pero que se refieren a proyectos que aplican solo algunos elementos superficiales de los modelos urbanos dominantes considerados exitosos -la estética, por ejemplo- mientras que los otros aspectos más significativos se ignoran o aplican en contextos muy diferentes a los lugares en los que este modelo se originó.
Un ejemplo de ello es el Paseo Peatonal Bandera, iniciativa que se ha promocionado como parte de un modelo de Smart City. Más allá del hecho de que esta intervención se adscriba completamente al modelo o no, lo cierto es que sí ha sido presentado en este marco. Su narrativa apela a conceptos como “democratización de la ciudad”, “apropiación espacial por parte de la ciudadanía”, “innovación social y tecnológica”, pero que no es más que una intervención llamativa, pero sencilla, presentada como algo smart.
En América Latina la idea de Smart Cities se ha hecho atractiva en base a la seductora posibilidad de que se pueda mejorar el desarrollo urbano a través de la tecnologización de la ciudad, reduciendo la complejidad que implica coordinar a múltiples actores. Es decir, la promesa de que la Big Data resolvería los problemas de gobernanza, despolitizando la vida urbana para liberarla de conflictos.
En Chile, la ciudad de Santiago ha abrazado la tendencia smart en el contexto de un debate urbano dominado por dos grandes temas: el transporte y la vivienda. Pero la implementación del concepto de Smart Cities ha estado desvinculado de los debates locales sobre temas urbanos y no ha considerado los altos niveles de desigualdad y las precarias condiciones materiales e infraestructurales existentes.
Lo anterior se relaciona con el hecho que la planificación urbana en Chile se ha desarrollado de una manera tecnocrática, centralista y vertical, desconociendo las formas de habitar de las personas. Por ello, hemos adaptado el concepto de “conocimiento situado” de Donna Haraway -que se refiere a que ningún conocimiento es total, ni está desligado de su contexto ni de la subjetividad de quien lo emite- al de “urbanismo situado”, para ayudar al reconocimiento de las múltiples y diversas formas de saberes territoriales presentes.
El Paseo Bandera se convirtió en un icono de ciudades inteligentes con el apoyo de los diversos actores públicos y privados involucrados en ella, una gran cobertura mediática y un fuerte impacto digital (ver #PaseoBandera en Instagram). Si bien, la intervención no surgió en sí misma como un proyecto Smart City, fue presentada como tal, promocionando algunos de los valores que sus entusiastas receptores ven en esta narrativa. Por ejemplo, la generación de información para la toma de decisiones -un elemento central de la narrativa Smart Cities-, no tuvo rendimiento, pese a la instalación de numerosos sensores en el lugar; además de que la información sobre flujos existentes y las interacciones entre los diversos grupos que trabajan o circulan por el paseo no arribó a un destino de gestión.
Por otra parte, la idea de democratización de la ciudad es cuestionable en cuanto a que ni la idea original, ni el diseño, ni la implementación se logró gracias a una efectiva participación. En consecuencia, no ha habido una apropiación ciudadana del espacio. Además, en vez de fortalecer el capital social y dar sentido al lugar, se generó una apropiación relacionada con el consumo, junto con otros usos alternativos como niños jugando con el mobiliario, oficinistas usando el lugar para fumar o turistas tomándose selfies en un nuevo y llamativo escenario, mientras que las prácticas, estrategias y conocimientos informales que se reproducen allí no han sido visualizadas ni reconocidas por los implementadores.
Así, la innovación tecnológica y social de la iniciativa fue sólo un recurso promocional. No hubo oportunidad de creatividad o toma de riesgos; los sensores, luces automatizadas y puntos de información interactivos generan entusiasmo entre los turistas, pero son de poco interés para quienes habitan cotidianamente el lugar. Y el potencial de escalar la intervención tampoco es tal, pues la iniciativa se presenta como un modelo a extrapolar en cualquier parte, sin considerar la particularidad del contexto.
Finalmente, el deterioro que ha tenido Paseo Bandera desde el 18 de octubre de 2019 demuestra que no es considerado un espacio real de apropiación democrática, a diferencia de otros que sí se han convertido en importantes ejes de identidad para los y las habitantes que, cada vez más, experimentan el centro de Santiago como un barrio residencial. Por ejemplo, a solo unos metros del Paseo, la plaza de acceso al Palacio de Tribunales se transforma después de las seis de la tarde en un activo espacio público, donde patinadores/as practican sobre las lozas pavimentadas, dog lovers hacen jugar a sus mascotas en los reducidos jardines de césped, y niños y niñas se trepan por las esculturas decimonónicas que adornan la plazoleta. Nada de eso sucede en el Paseo Bandera.
En resumen, las ficciones construidas en torno a la narrativa smart con que se presenta el Paseo Bandera crean un efecto placebo en la recuperación de espacios públicos para comunidades urbanas. En definitiva, la idea de peatonizar la calle Bandera puede ser considerada positiva, al final del día, el centro de la ciudad ha ganado un paseo peatonal, pero, poco o nada de la promesa de una noción urbana smart. Lo que sí necesitamos es reconocer las diversas prácticas, saberes y conocimientos existentes en nuestras ciudades -no solo de expertos/as-, y repensar desde allí las ciudades, atendiendo a necesidades urbanas urgentes como la desigualdad urbana, la inseguridad, el deterioro y la escasez de equipamiento. El urbanismo placebo, en cambio, pareciera más bien querer aliviar la percepción de estos síntomas.
Esta columna surge de la publicación “Placebo Urban Interventions. Observing Smart City Narratives in Santiago de Chile”. Publicada en Journal Urban Studies, August 2020, 27 p. Autores/a: Jirón Martínez, Paola; Imilán Ojeda, Walter; Langé Valdés, Carlos; Mansilla Quiñones, Pablo.