Por Jimena Pérez Marchetta, Alcaldesa de la Bicicleta de Salta, Argentina.
Era noviembre de 2010 y yo viajaba por primera vez a Europa con destino a Berlín. Estaba ahí por trabajo, así que tenía apenas 24 hs para recorrer la ciudad. Recuerdo que hacía muchísimo frío y mi abrigo “Latino” parecía no ser suficiente para el otoño berlinés.
Ese día salí muy temprano del hotel y compré un ticket para recorrer los puntos turísticos en esos colectivos hop-on hop-off (subir y bajar). Una de las paradas fue la Puerta de Brandenburgo, un lugar icónico, y mientras recorría ese espacio a pie, pasa delante mío una mujer en bicicleta, con un tapado negro, las mejillas coloradas por el frío, una bici con canasto y un café en la mano. Yo me detuve a contemplarla y atiné a sacarle una foto, me pareció inspirador verla y me quedé pensando en ella incluso al volver a Argentina.
Ya de vuelta en mi provincia y a los días de volver, salí a comprarme una bicicleta. En ese momento vivía a 20 cuadras de mi trabajo, me parecía mucho caminar (más que nada por el horario y la zona) y para tomar un colectivo tenía que caminar 8 cuadras. ¡Nunca se me había ocurrido ir en bicicleta! Al menos no hasta ese día en Berlín donde la vi a ella pasar delante mío y donde pude imaginarme haciendo lo mismo.
Desde ese día, han pasado una infinidad de acontecimientos, desde volverme ciclista urbana hasta ser una biciactivista comprometida con mi ciudad y viajar por diversas ciudades del mundo buscando fortalecer proyectos. A veces fantaseo con buscar a esa ciclista y agradecerle lo que hizo por mí, ella con subirse una mañana a la bicicleta generó un impacto del que no tiene idea.
Hoy reflexiono mucho sobre el activismo y el impacto que creemos que tenemos y el que realmente conseguimos; sobre las expectativas que ponemos al trabajar para lograr una transformación en nuestro territorio y lo desolador que pueden parecer algunas semanas. Cada vez que tengo un poco de pereza pedalear, pienso en quién estaría dejando de verme si ese día no salgo en mi bicicleta. Por eso sonrío a las niñas que van pegadas al vidrio de los autos atascados en un embotellamiento, les regalo una sonrisa amplia y hermosa para que siempre se acuerden, al igual que yo, de esa chica en bicicleta.